Es que envejecer significa haber vivido mucho, y por ende
deterioro en aparatos y sistemas que ya no funcionan igual que en
las 5 primeras décadas. Por ejemplo, para que la comunicación
sea efectiva se debe oír bien, tiene que existir un poder de atención
al menos del 85% y conocimiento básicos del lenguaje del
interlocutor.
En la tercera edad una parte de ese proceso está con defectos.
En todo ultrasexagenario hay una presbiacusia, esto es
una disminución de la audición, causada, naturalmente, por
una esclerosis en mayor o menor grado de los conductos auriculares, o
de los demás elementos del sistema, lo que hacen que el dato
llegue con errores o finalmente no se comprenda. Así mismo, en esa
etapa de la existencia la atención es muy volátil peor si no se
escucha correctamente lo que redunda en una menor relación. Y
finalmente, a nivel cerebral la información mal elaborada conlleva un
defectuoso almacenamiento de la misma produciendo en el individuo
reacciones contrarias a las originalmente deseadas, sea de tristeza,
ira, agrado, ilusión, etc.
En esas circunstancias parecería que la interrelación con
los añosos es una suerte de confusión constante y que ellos viven un
mundo diferente al nuestro de donde deriva la inmensa distancia entre
grupos de edad tan conocida como la brecha de generaciones.
Felizmente, ni lo uno, ni lo otro resulta radicalmente cierto.
Lo que si es un hecho incontrovertible es que se presenta problemas en
la vida de relación en
la colectividad pero por ignorancia.
De ahí que se deba hacer caso a ciertas reglas de oro para
conversar con envejecientes. Una de ellas es vocalizar correctamente
las palabras, lo que en
buen cristiano significa pronunciar exactamente todas y cada una de
las letras apegado a la entonación fonética. Otra, el tono debe ser
muy elevado, no importa que se tenga agudeza natural en el estilo,
pues la generalidad de los casos el
veterano se queja de que los demás hablan muy bajo.
No olvidar que debemos intervenir
uno a la vez, para no crear malestar. Tratar de alejarse
prudentemente del interlocutor para que su captación sea
efectiva. Procurar
utilizar la mayor cantidad de gestos que se conozcan porque
contribuyen a conseguir el objetivo deseado que es la entrega completa
de un mensaje y la asimilación del que lo recibe.
Intercambiar
información con personas mayores es un evento de incalculables
proporciones en doble sentido. Es una fuente de conocimiento de la
historia familiar o local. Es una herramienta baratísima de
aprendizaje que hoy por hoy las colectividades modernas desperdician
por desconocimiento de su valor. Y, por sobre todo, es una acción
afectiva que no nos debemos ahorrar, pues mañana nos tocará a los
adultos de ahora ser los incomunicados del mañana.