Aparentemente el
título de esta nota encierra un contrasentido para quienes lo
vean desde el punto de vista fisiológico, puramente funcional, y
en términos de productividad económica. Pero lamentablemente
para aquellos que piensan así, esa es una afirmación fácilmente
probable. Y es que si el envejecimiento como fenómeno es
universal para todos los seres y objetos que se encuentran sobre
la faz de la tierra, como proceso es individual para cada uno,
lo que quiere decir que vamos a declinar en forma diferente.
Llamada también
tercera edad en forma eufemística, la colectividad la mira como
una fase de inutilidad y obsolescencia, porque la asimila como
un vaso vacío del que se ha consumido una cantidad de su
contenido, sin embargo, es un vaso todavía lleno de una buena
proporción de facultades, o posibilidades aún no usadas o
exploradas. Por ejemplo, no se podrá hacer aeróbicos (aunque con
un buen entrenamiento si) pero en cambio se podrá hacer
ejercicios al aire libre, nadar, caminar, andar en bicicleta,
jugar tenis, y un larguísimo etc.
Se dice que un
ultrasexagenario no puede aprender y a pesar de ello muchos han
culminado su bachillerato a los 70 y pasados los 80, igualmente,
es posible descubrir en ese momento de la existencia habilidades
escondidas, dones pospuestos por el fragor de la actividad
laboral. De ahí que en incontables casos quienes se dedican a la
pintura resultan mejores que sus jóvenes maestros; que los que
cantan logran mantener armonía a pesar de la disminución del
sentido de la audición; que la ejecución instrumental (guitarra,
piano, etc) alcanza niveles de perfección; que no son pocos los
que versifican con una facilidad pasmosa, cosa que no sucedió ni
en su vida adulta, ni de adolescentes; y así podría seguir
enumerando evidencias en forma interminable.
Absolutamente la
totalidad de lo expuesto es CRECER. Entonces podría decirse que
los seres humanos pasan por 3 periodos de juventud: el físico,
el intelectual, y el espiritual; y mientras la primera alcanza
su plenitud a los 25 años, la segunda sigue ascendiendo más allá
de los 60; y la última es tan creciente que culmina con la vida
y tan enriquecedora que en ella la luz procede de adentro. Tal
vez por esa razón y medio en broma algunos se autocalifican como
“los de la juventud acumulada”.
Por eso, la
colectividad toda y especialmente los que cuidan a individuos
añosos deben tener conciencia del valor de estos ciudadanos, que
mañana estarán en la misma circunstancia, que demandarán de
tolerancia, que hay que concederles el espacio y el respeto que
merecen como inalienable derecho del hombre, y consecuentemente
reincorporarlos al núcleo familiar y social. En ese sentido y en
términos sencillos, eso quiere decir dirigirse a los envejecidos
por su nombre, no con el consabido “abuelo” o “abuela”; ser
afables en el trato sin llegar a ser empalagosos; acercarse sin
interés porque esa actitud es detectada hasta por los ciegos; y
por último, reflejarse en ese espejo, asimilando lo que
anhelamos para nuestros días de ocaso.
Con esos
antecedentes, la conclusión es que hay que envejecer solamente
hasta crecer y una vez que hemos crecido olvidar que también se
ha envejecido.