¿Por qué envejecemos?
El título de esta
nota es la interrogante que más atormenta a la humanidad desde hace
siglos y aún ahora con todo el avance de la ciencia y los millones
de recursos económicos gastados no se puede llegar a una conclusión
definitiva. Y es que si se considera que el envejecimiento consiste
en un declinar que después de la madurez afecta progresivamente con
la edad la capacidad de reproducirse y sobrevivir, resulta
sorprendente que un organismo producto de una proceso complicado
como es el proceso de desarrollo embrionario, no pueda cumplir una
función tan simple como es la de prolongar el funcionamiento de la
condición alcanzada.
Antes se pensaba que
el deterioro se debía a una disminución en la producción de ciertas
hormonas (especialmente las sexuales), y un científico, el Dr
Voronoff empezó a transplantar gónadas de mono, naturalmente sin
éxito.
Después se
estableció que la duración máxima de la vida es una característica
de cada especie. Ella debe depender del patrimonio de genes que cada
ser ha recibido de sus padres al momento de la concepción. Así, las
bacterias y muchos entes unicelulares pueden dividirse
indefinidamente; muchas plantas superiores se propagan
vegetativamente (sin sexualidad), y algunos animales simples como
los celentéreos son capaces de regenerar sus propios tejidos lo que
les hace imposible evitar la senectud.
La línea de
células que conducen a la formación del huevo y la esperma (línea
germinal), es potencialmente inmortal en todos lo individuos que se
reproducen sexualmente. Observándose que el envejecimiento es
notorio y propio de animales más evolucionados. Desde este punto de
vista parecería inaceptable que un ente vaya hacia la decadencia y
la muerte a partir del momento que son claros los signos de falta de
adaptación al ambiente. Sin embargo, no hay que olvidar que la
“selección darwiniana favorece a aquellos que alcanzan a dejar una
descendencia numerosa. Por tanto, desde que la capacidad generadora
disminuye luego de su madurez la aparición de la senescencia no es
incompatible con la interpretación corriente de la evolución.
Por otro lado,
experimentalmente se trató de reconducir la senectud a nivel
celular. Y entonces el fenómeno se interpretó admitiendo que con el
tiempo se acrecienta el número de “errores” en la composición física
de las células. Evidentemente, en las células corporales (animales o
plantas) pueden aparecer mutaciones en su patrimonio hereditario las
que dan lugar a proteínas anormales. Esta teoría presume que
cuanto más se avanza en años tanto más depósitos de material
proteico anormal llevamos en nuestros tejidos hasta que el sistema
cae sin más remedio, por supuesto, generando muerte precedida de
vejez.
Entre tanto, otro
investigador observó que si se transfieren células de embrión
humano en botellas que contienen los necesarios componentes químicos
nutritivos, ellas se reproduce sin problemas y van hasta 50
generaciones antes de “cansarse” , pero si se parte de células de
adultos, el número de veces que pueden reproducirse in Vitro
disminuye netamente. Da la impresión, entonces, que las células
tienen un potencial de multiplicación fijo y característico para
cada especie. Las tortugas, que viven más que el hombre alcanzan
100 multiplicaciones de su población celular; la especie humana
únicamente 50 y las gallinas, apenas 30.
En todo caso, la
última palabra no está dicha, porque el tiempo es una de las más
desconcertantes invenciones del hombre. Si no fuéramos alcanzados
por la senectud y la muerte no nos daríamos cuenta de los abismos de
ese inexorable enemigo. Vida y muerte están ligadas por una
necesidad. ¿Cuál será la naturaleza de ese vínculo?
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