La
vejez es un período de la existencia históricamente
desacreditado, y por ello temido por las generaciones que vendrán,
y eso deriva de las connotaciones negativas con que la sociedad
magnifica al describir el proceso.
Y
es que entre otras cosas, se asevera que presupone un inevitable
deterioro, que trae una demencia intratable e irreversible, que
es inútil invertir esfuerzos y dinero en seres que no responden
a expectativas; y por último, se utiliza a la edad como
sinónimo de un patrón de conducta generalizado que no
corresponde a la realidad.
Estos
estereotipos son los que conllevan a que la población de 0 a 50
años no desee llegar más allá de la sexta década.
Lamentablemente, el mismo discurso se esgrimió para los que ya
envejecidos, los que han asumido esas características negativas
de la senescencia, autoexponiendo su insatisfacción por todo lo
vivido, no únicamente del ciclo mencionado.
¿Qué
hacer para evitar ese sentimiento?. En primer lugar, informarse
de que el fenómeno es inevitable, universal para todos los
individuos y objetos que existen sobre la faz de la tierra, sin
embargo sus manifestaciones son exclusivas de cada uno de los
humanos, eso quiere decir que envejeceremos de manera diferente.
Pero
lo más interesante del asunto radica en que la tercera edad
(como eufemísticamente se llama a ese estado), es comparable a
un vaso de agua lleno a mitad, que muchos lo ven como medio vacío,
lo que significa que hay un 50% de potencialidades, facultadas y
posibilidades de explorar y explorar.
De
ahí que uno debe prepararse para ella sin miedo, reflejándose
en el espejo de los que ya se encuentran cargados de años.
Entonces se hace necesario conceder un mayor espacio a la
problemática de aquellos en los medios de comunicación, y
también replantear el tono del lenguaje utilizado.
En
todo caso, y con esos antecedentes es fácil concluir que
cualquier sujeto es capaz de producir su propia vejez y hacerla,
sin mucho esfuerzo, una etapa deseable.