Pero las
sociedades modernas o antiguas niegan su
presencia a partir de los 60 años. Y es que es
común el atribuir a la juventud la capacidad de
alerta que se insiste en ignorar en los añosos.
Probablemente por la lentitud que se supone el
paso del tiempo ocasiona en la máquina corporal,
o por la respuesta tardía, en algunos
representantes de la edad, ante provocaciones
del ambiente, o quizás por la manera pausada de
enfrentar la vida misma.
Bueno resulta
aclarar que cada comunidad es responsable del
sitial que se le da a la población envejecida y
del trato que se le dispensa a la misma. Y es
que a través de los siglos es evidente el papel
que juegan los envejecientes; así hemos visto
como de consejeros y respetados han pasado en
ciertos colectivos, como el nuestro, a ser
despojados de todo derecho a opinar, peor a
regir sus destinos.
Calificados de
inconscientes no les ha quedado más que
demostrar que están más despiertos que quienes
los han etiquetado como tales.
Pruebas al canto,
la polémica del denominado Banco del Afiliado,
en el que sin ningún escrúpulo se ha querido
marginar a los pensionados y en la que la voz
más coherente ha sido precisamente la de ellos
señalando los factores que deberán corregirse si
se quiere hacer realidad la propuesta, a la par
que los sectores a los que debe ampliarse el
debate.
Generalmente,
desde las alturas del poder en las naciones en
vías de desarrollo, se pierde objetividad. Y se
olvida que la experiencia es una de las ventajas
que concede el tiempo vivido y que suple a las
nuevas olas en la administración pública. Es sin
lugar a dudas un VALOR AGREGADO que debe ser
apreciado sin egoísmo por todos y que por
fortuna se almacena en una computadora original
(cerebro) que consiente despertar las señales de
alarma e impide que la conciencia duerma en los
ultrasexagenarios.