Hidratación
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Dr. Julio Ernesto Campos Saltos |
Dr. Jorge Pazmiño Medina |
Introducción
En los individuos que gozan de buena salud,
una serie de mecanismos reguladores mantienen los líquidos y electrólitos dentro de
límites nor males. El paciente que padece un sufrimiento quirúrgico puede perder la
habilidad para regular esos parámetros, bien sea por la enfermedad en sí o porque el
procedimiento quirúrgico a que fue sometido le impide utilizar sus mecanismos de
regulación.
Normalmente, la ingestión de líquidos y
alimentos aporta al cuerpo las materias primas necesarias para mantener un volumen
adecuado de líquidos, con debida tonicidad, concentración de varios electrólitos y
equilibrio acidobásico. Esto no sucede cuando se realiza cirugía abdominal. En el
periodo posoperatorio el paciente no puede comer ni beber por varios días. En este lapso
de tiempo, el cirujano controla por completo su ingestión de líquidos y otras
sustancias, administrándole soluciones intravenosas. Aun cuando ni la enfermedad ni la
operación hayan interferido con los mecanismos reguladores, el simple hecho de suprimir
la dieta normal, puede resultar en desequilibrios hidroelectrolíticos.
A esto puede añadirse el hecho de que con
frecuencia la enfermedad, el acto operatorio o ambos, complican el equilibrio de estos
parámetros, o hacen más difícil su regulación. A menos que la terapia intravenosa se
lleve a cabo con precisión y buen juicio, el paciente que se operó con un volumen normal
de líquidos, con tonicidad adecuada, y sin problemas de balance acidobásico o de
concentración de ciertos electrólitos: puede verse con serias dificultades en esas
áreas, en el curso del periodo posoperatorio.
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Por el simple hecho de que opera, el
cirujano necesita saber manejar líquidos y electrólitos, aun cuando sólo opere a
pacientes que se presentan sin problemas de esa naturaleza. Pero, por supuesto, no puede
contar con la buena fortuna de tener una clientela de pura gente sana. Muchos pacientes
sufren de profundos desequilibrios hidroelectrolíticos, como parte del proceso
patológico que los pone en manos del cirujano; éste también tiene que saber
diagnosticar y corregir esos problemas. La cirugía no es simplemente un acto técnico o
mecánico. El cirujano es ante todo un médico, cuyo entrenamiento le ha dado la capacidad
de usar las modalidades quirúrgicas de la terapéutica cuando están indicadas. Su
habilidad en el quirófano no le permite ignorar las otras necesidades médicas de su
paciente.
El manejo de líquidos y electrólitos
incluye tres fases en las que se presta atención a cuatro parámetros: volumen del
líquido corporal, tonicidad, concentración de ciertos electrólitos y equilibrio
acidobásico.
La primera fase es el mantenimiento
de las necesidades normales. Es decir, el aporte de líquidos y de otras sustancias, que
le permiten al individuo mantener y regular su volumen de líquidos en el cuerpo, la
tonicidad de los mismos, la concentración de ciertos electrólitos y el balance
acidobásico. Dicho aporte es el que el paciente hubiera adquirido si tuviera libertad
para comer y beber. Un aporte similar debe ser parte del tratamiento hidroelectrolítico
intravenoso que requiere el paciente quirúrgico.
La segunda fase es el reemplazo de
líquidos y electrólitos que a consecuencia de la enfermedad o de la operación se
pierden de manera normal, y por tanto se requieren en mayor cantidad. Aunque casi siempre
este componente del tratamiento se define de ese modo, esta fase también incluye
situaciones en las que se requiere menos líquido, o menor cantidad de ciertos
electrólitos o una proporción diferente en los varios componentes de las soluciones
intravenosas. Por tanto, una definición más completa diría que esta segunda fase es
aquella que modifica la primera, tomando en cuenta la situación anormal en que se
encuentra el paciente. La modificación casi siempre consiste en añadir lo que se
necesita en exceso, pero en ocasiones será diferente.
Las dos primeras fases son preventivas, Si
se lleva a cabo un mantenimiento adecuado y se modifica en lo necesario para tomar en
cuenta las variaciones impuestas por el proceso patológico, no se dará lugar a que
ocurran desequilibrios hidroelectrolíticos. Pero si no se logra hacerlo con éxito o si
ya existían desequilibrios antes de que se inicie la terapia, habrá necesidad de incluir
en los planes una tercera fase: la corrección de esas anormalidades con las que se
presentó el paciente, o que se han desarrollado a pesar de nuestros esfuerzos para
prevenirlas.
Mantenimiento
Por el simple hecho de que no se le permite
comer ni beber, el paciente quirúrgico necesita un aporte diario de líquidos y
electrólitos que le facilite mantener su volumen, tonicidad, concentración de ciertos
electrólitos y balance acidobásico. De manera habitual este aporte se administra por
vía intravenosa, pero en ciertos casos puede usarse el intestino si se tiene acceso al
yeyuno.
Mantenimiento de Volumen y Tonicidad
En el adulto el volumen requerido es de 2 a
3 litros diarios. Esa cantidad reemplaza al agua que se evapora por piel y pulmones (en
promedio un litro al día) y permite al riñón la producción de 1 a 2 litros de orina.
Este líquido debe contener cerca de 100 a 150 meq de sodio (cantidad total para cada
día, no para cada litro de líquido) para que el organismo pueda regular tanto el
volumen, como la tonicidad. Normalmente, el volumen del líquido en el cuerpo se regula
como resultado de la retención o eliminación de sodio a nivel renal. La aldosterona es
responsable de esa acción, y al retener o eliminar sodio lo hace disuelto en agua, de
manera que el volumen de líquido se aumenta o disminuye, sin afectar la tonicidad, a su
vez, se regula de modo independiente como consecuencia de la acción de la hormona
antidiurética, la que retiene o elimina el agua pura, es decir, agua sin sodio también a
nivel renal. En situaciones patológicas, en las que es imposible regular ambos
parámetros, el organismo da preferencia al volumen, y está dispuesto de ser necesario a
sacrificar la tonicidad. Un ejemplo de esta situación anormal sería un paciente
posoperado que recibe sólo líquidos intravenosos carentes de sodio (por ejemplo, tres
litros de solución glucosada al 5% en 24 horas, sin ningún líquido que contenga sodio).
Si ese paciente tiene un volumen normal, que no necesita aumentarse, no habrá problema.
El agua administrada se retendrá o eliminará de acuerdo con las necesidades de
tonicidad. Pero si el paciente está hipovolémico o deshidratado, le será imposible
reemplazar su volumen en la forma normal (la aldosterona no puede retener sodio, si éste
no existe en la infusión intravenosa) y se verá forzado a retener agua para tratar de
aumentar su volumen, con la consecuente dilución y disminución de la tonicidad. Ese
problema se evita si se administran ambos elementos: agua (2 a 3 litros) y sodio (100 a
150 meq) al día. Con esos dos componentes el cuerpo mantiene volumen y tonicidad,
regulando cada uno de esos parámetros en la forma habitual, y sin tener que sacrificar a
la tonicidad para tratar de mantener el volumen.
Mantenimiento de Electrolitos y
Equilibrio Ácidobásico
En la ración diaria del líquido
intravenoso también es necesario incluir otro electrólito: potasio. El organismo está
acostumbrado a tener una ingestión constante de potasio. Con muy raras excepciones, todos
los alimentos contienen este electrólito. Su aporte es tan constante, que en el proceso
de evolución, el riñón desarrolló una serie de funciones en las que se usa potasio
como materia prima para reacciones químicas indispensables para mantener la homeostasia
del organismo. La naturaleza no desarrolló un mecanismo efectivo para conservar potasio,
aunque no existe ninguna situación natural en la que no haya ingreso de ese electrólito.
La ciencia médica ha creado esa posibilidad, al crear los líquidos intravenosos. El
paciente al que se le administran no recibe potasio automáticamente (como lo ingiere el
que come una dieta normal). Si no se le ordena de manera específica, el paciente lo sigue
eliminando en la orina, no lo puede reemplazar, y desarrolla hipopotasemia. En la dieta
habitual se consumen de 75 a 100 meq de potasio al día, la cantidad exacta depende de los
hábitos dietéticos del sujeto, en general la ingestión de potasio es paralela a la
ingestión calórica. El paciente que recibe líquidos intravenosos por lo regular
tiene un aporte calórico muy limitado (a menos que reciba alimentación parenteral). En
esas circunstancias basta recibir una cantidad limitada de potasio: 40 meq diarios es la
dosis más frecuente (es obvio que si el paciente recibe 2000 a 3000 calorías diarias en
un programa de alimentación parenteral, no sería suficiente darle tan solo 40 meq de
potasio al día). Para esa cantidad de calorías se necesitarían 75 a 100 meq como
hubiese ingerido en una dieta de magnitud similar.
Reemplazo
El mantenimiento necesita modificarse si
por alguna razón hay pérdidas adicionales de líquidos y electrólitos, o si ocurre lo
opuesto y el organismo no elimina esos elementos.
Reemplazo de Líquidos del Tubo
Digestivo
Sin duda alguna, el problema de reemplazo
de líquidos que con más frecuencia afecta al paciente quirúrgico, en especial al
operado del tubo digestivo, es el que presenta la pérdida normal de líquidos por esta
vía. Bien sea una sonda nasogástrica, un tubo en T que drena bilis, una fístula
duodenal o pancreática, una ileostomia que no ha madurado, o simplemente una diarrea de
alto volumen, estos pacientes requieren que se les administre no sólo la ración habitual
de mantenimiento, sino que además se les reemplace de manera adecuada el volumen y los
componentes que se pierden a través de dicha situación patológica. La cantidad
necesaria la dará la medida de esa pérdida, que las enfermeras anotan como parte del
control de líquidos. Pero el cirujano tiene que decidir la naturaleza del líquido que se
administrará como reemplazo, es decir la concentración de varios electrólitos para que
se aproxime en lo más posible a los que contiene el líquido que se perdió.
La concentración de electrólitos en los
múltiples líquidos del tubo digestivo puede resumirse de manera simple, lo que permite
administrar el reemplazo adecuado en la mayor parte de los casos. Existe una gran
variabilidad en la concentración exacta de los electrólitos en dichos líquidos, por lo
que es necesario memorizar fórmulas con cantidades exactas. En la realidad de la vida, no
hay dos pacientes que tengan exactamente la misma fórmula en sus líquidos y ni siquiera
el mismo individuo mantiene las mismas concentraciones durante el transcurso del tiempo.
Basta, por tanto tener una idea general. Con un reemplazo aproximado, y un buen par de
riñones, el paciente mantendrá sus valores sanguíneos dentro de los límites normales,
siempre y cuando sus pérdidas y su terapia intravenosa no sean de magnitud enorme o de
muchos días. En esos casos más complicados será necesario mandar al laboratorio una
muestra de los varios líquidos perdidos para determinar con exactitud su composición
química.
Todos los jugos digestivos que se producen
entre la unión esofagogástrica y la válvula ileocecal, son isotónicos y están dotados
de una gran cantidad de potasio. Uno de esos líquidos es ácido, todos los demás son
alcalinos. El estándar de comparación que se usa es el plasma y por tanto lo que se ha
dicho es en relación al plasma, todos estos líquidos tienen una tonicidad similar, pero
tienen más potasio, y salvo uno de ellos, son más alcalinos. Las concentraciones
normales del plasma son bien conocidas: unos 140 meq/L de sodio, alrededor de 100 de
cloro, unos 25 de bicarbonato y de 3 a 5 de potasio. La bilis, jugo pancreático, jugo
duodenal, el contenido de fístulas del yeyuno o íleon o el producto de ileostomías de
reciente construcción, tienen aproximadamente la misma cantidad de sodio (el sodio da la
tonicidad de la mayor parte de estos líquidos, y son isotónicos como el plasma), o sea
alrededor de 140 meq/L. Pero su alcalinidad les da más bicarbonato y menos cloro. En
lugar de 100 meq/L de cloro y 25 de bicarbonato, estos líquidos tienen de 40 a 50 meq de
bicarbonato y sólo de 70 a 80 de cloro. Y por último, ya se preciso que tienen una
cantidad muy grande de potasio de 10 a 20 meq/L, una cifra que en sí no es tan enorme,
pero que si ocurriera en el plasma sería mortal. Esta es la base de esta comparación y
de ahí la fórmula aproximada de la bilis, el jugo pancreático, el jugo duodenal, y el
líquido contenido en el yeyuno o íleon, así pues, de todos los líquidos del tubo
digestivo entre la unión esofagogástrica y la válvula ileocecal, con una sola
excepción, el jugo gástrico.
El jugo gástrico es ácido, esta
característica es bien conocida, sólo falta añadir que al igual que los otros líquidos
descritos también es isotónico y rico en potasio, pero su composición de electrólitos
y el reemplazo necesario tienen uno que otro cambio que es necesario conocer. Se
analizará en primer término el caso de exceso de potasio, está establecido que para los
otros líquidos, se hablaba de 10 a 20 meq/L. La misma cifra es útil para describir el
jugo gástrico. También tiene de 10 a 20 meq/L de potasio. Por su acidez, en su
composición electrolítica no le da cabida al bicarbonato, tiene puro cloro, 120 a 130
meq/L, cero de bicarbonato. Por último se hablará de sodio, ya se dijo que es
isotónico, pero no tiene 140 meq/L de sodio, sólo lleva 70 aproximadamente. Esta
aparente contradicción se resuelve de inmediato al recordar que una gran cantidad del
cloro no se encuentra en forma de cloruro de sodio, sino como parte del ácido
clorhídrico, HCl en lugar de NaCl. Si se mide el H se observaría que el número total de
cationes y aniones le da una tonicidad similar a la del plasma. Como no es frecuente
incluir al hidrógeno en la lista de electrólitos, da la apariencia de que no es un
líquido isotónico (sólo lleva 70 de sodio en lugar de 140). Con fines prácticos basta
recordar que el jugo gástrico tiene de 120 a 130 meq/L de cloro, alrededor de 70 de sodio
y de 10 a 20 de potasio. Sin embargo, cuando se elige un líquido intravenoso para
reemplazar al jugo gástrico, es necesario ponerle más cloro y potasio que el que se
pierde por sonda. El ácido que contiene el jugo gástrico es tan concentrado que su
pérdida lleva fácilmente a la alcalosis, si no se le da al riñón la oportunidad de
conservar hidrógeno y eliminar bicarbonato. El riñón recupera de manera constante sodio
del filtrado glomerular para mantener el volumen de líquidos. Al hacerlo se respeta la
ley de la electroneutralidad, cada átomo de sodio que se recupera tiene que combinarse
con un anión (cloro o bicarbonato) o cambiarse por otro catión (hidrógeno o potasio).
Para contrarrestar la enorme pérdida de ácido que ocurre al perderse jugo gástrico, es
preciso que el riñón no desperdicie hidrógeno cambiándolo por sodio, o adquiera
bicarbonato combinado con sodio. Es preferible, en esas circunstancias, que el sodio se
recupere combinado con cloro, o que se cambie por potasio. Una ingestión abundante de
cloro y potasio, le permite al riñón usar estas alternativas, y por tanto prevenir la
alcalosis. El líquido usado para reemplazar el jugo gástrico debe tener unos 70 meq de
sodio, y una cantidad generosa de cloro y potasio: 140 o 150 meq de cloro o unos 40 de
potasio.
Los líquidos producidos fuera de los
límites anatómicos dados (por arriba de la unión esofagogástrica y más allá de la
valvula ileocecal) son muy diluidos en su condición normal. Específicamente se trata de
la saliva y el contenido líquido de la materia fecal normal. Ambos tienen la séptima
parte de electrólitos que el plasma. En la mayor parte de los casos, su pérdida no tiene
consecuencia y puede ignorarse. En ciertos casos, el problema puede requerir atención.
Por lo que toca a la saliva, puede diluir al aspirado nasogástrico lo suficiente para
alterar el tratamiento, cuando hay obstrucción pilórica con volúmenes altos de la
aspiración por muchos días.
La pérdida de saliva en sí (por ejemplo,
una fístula salival que complique la cirugía de boca o esófago) requiere únicamente el
reemplazo de un volumen adecuado de agua, sin electrolitos.
La materia fecal presenta problemas
diferentes. En su volumen usual (150 a 200 ml de líquido al día), no hay que reemplazar
nada. En casos de diarrea masiva, hay que administrar cantidades enormes de líquido
intravenoso (o reemplazo por vía oral). La regla general es que a medida que aumenta el
volumen del líquido eliminado por el colon, su tonicidad (es decir su concentración de
electrólitos) aumenta al mismo paso. En casos de diarrea leve el líquido aún se parece
al original: muy diluido. En la diarrea grave la concentración de electrólitos se parece
más a la de íleon y en casos extremos es idéntica. En esos casos la naturaleza del
líquido es la misma que ya se describió para los demás líquidos del tubo digestivo:
isotónico, alcalino y dotado de mucho potasio. En el adulto la diarrea masiva requiere el
uso de líquidos de reemplazo con fórmula similar a la que se usaría para reemplazar
bilis o jugo pancreático, o una ileostomía que no ha madurado: aproximadamente 140 meq/L
de sodio, 70 u 80 de cloro, 40 o 50 de bicarbonato y de 10 a 20 de potasio.
Distribución y Composición Normal de
los Líquidos Corporales
El agua y los diferentes solutos
biológicos no se distribuyen en forma uniforme por todo el organismo. Debido a la
existencia de sistemas de transporte activos en la membrana celular se establecen
profundas diferencias en la composición de los solutos entre el medio intracelular y
extracelular. El agua se desplaza libremente entre ambos medios dependiendo de la
diferencia de concentración de sustancias osmóticamente activas existente entre ambos
lados de la membrana celular.
En el adulto sano, el agua corporal
constituye aproximadamente el 60% de su peso, sin embargo puede ser influido por la edad,
sexo y la masa del cuerpo magro.
El agua intracelular representa el 40% del
peso del individuo; el 20% restante se distribuye por el espacio extracelular en dos
compartimientos: elintersticial (15%) y el intravascular (5%). Dentro del medio
intracelular, los principales solutos son el potasio, el magnesio, diversos ácidos
orgánicos y los fosfatos. Por el contrario, en el espacio extracelular el sodio y el
cloro son los osmoles más importantes (tabla 1). La glucosa sólo se halla en cantidades
significativas en el medio extracelular.
ESPACIO |
VOLUMEN |
% |
INTRACELULAR |
28 LITROS |
40% |
EXTRACELULAR
|
PLASMA |
3.5 Litros |
5% |
INTERSTICIAL |
10.5 Litros |
15% |
TOTAL |
42 Litros |
60% |
Entre los compartimientos instersticial e
intravascular también existen diferencias en la composición de los solutos que está
determinada por la ausencia de permeabilidad de la pared al paso de las proteínas
intravasculares; de esta forma, se establece un gradiente de presión oncótica que
retiene agua en el espacio intravascular y permite el mantenimiento de la volemia. El
resto de los osmoles difunden libremente a través de la pared capilar, por lo que las
determinaciones electrolíticas efectuadas en el plasma son equivalentes a las del
líquidos intersticial. (figura 1).
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Fig.
1. Volumen y composición de los compatimientos corporales. |
Es importante, al tratar las complicadas
interacciones entre los diversos compartimientos líquidos del organismo, definir una
serie de términos de uso frecuente: la actividad fisiológica y química de los
electrólitos depende de: 1) el número de partículas que contiene cada unidad de volumen
(moles o milimoles por litro); 2) el número de cargas eléctricas por unidad de volumen
(equivalentes o miliequivalentes por litro), y 3) el número de partículas osmóticamente
activas por unidad de volumen (osmoles o miliosmoles por litro). Cuando se habla de gramos
o miligramos por 100 mililitros, se expresa la masa total de los electrólitos por unidad
de volumen, pero esta práctica no permite una comparación fisiológica entre los solutos
que existen en la solución.
En estas condiciones, los electrólitos de
los líquidos corporales se pueden expresar en términos de actividad química de
combinación, o sea en "equivalentes". Un equivalente de su ion es su peso
atómico, expresado en gramos, dividido por su valencia; el miliequivalente de un ion es
la cifra anterior, pero expresada en miligramos. Para los iones monovalentes, el
miliequivalente es igual al milimol; pero para los iones divalentes, como el calcio y el
magnesio, un milimol es igual a dos miliequivalentes. La importancia de lo anterior es que
un miliequivalente de una sustancia dada se combina químicamente con un miliequivalente
de cualquier otra sustancia; en una sustancia dada, el número de miliequivalentes de
cationes queda exactamente equilibrado por el mismo número de miliequivalentes de
aniones.
Cuando se trata de la presión osmótica de
una solución, es preferible utilizar los términos de osmol y miliosmol. Designan el
número real de partículas osmóticamente activas que existen en la solución, sin tomar
en cuenta las capacidades de combinación química de estas substancias. Por ejemplo, un
milimol de cloruro de sodio, que se disocia casi completamente en iones sodio y cloruro,
representa dos miliosmoles, mientras que un milimol de sulfato de sodio, cuya disociación
da origen a tres partículas, produce tres miliosmoles. Un milimol de una substancia no
ionizable, por ejemplo la glucosa, representa un miliosmol de dicha substancia.
Las diferencias de composición iónica
entre los líquidos intra y extracelular se conservan por virtud de la pared celular, que
se comporta como membrana semipermeable.
La osmolalidad (número de partículas
osmóticamente activas por Kg. de agua) del espacio extracelular esta condicionada por el
sodio (con sus aniones acompañantes cloro y bicarbonato) y por los osmoles no
electrólitos, glucosa y urea. Su valor debe mantenerse en límites muy estrechos
(280-295mOs/Kg) para evitar desplazamientos del agua entre los espacios intracelular y
extracelular. Se puede calcular según la siguiente fórmula:
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Aunque la presión osmótica de una
solución sea la suma de las presiones parciales ejercidas por cada uno de los solutos en
su seno, la presión osmótica eficaz sólo depende de aquellas substancias que no pueden
pasar por los poros de la membrana semipermeable. En estas condiciones, las proteínas
disueltas en el plasma son la causa fundamental de la diferencia de presión osmótica
eficaz entre plasma y líquido intersticial. Dicha diferencia se llama frecuentemente
presión osmótica de coloides o presión oncótica. La diferencia de presión osmótica
eficaz entre los compartimientos líquidos extra e intracelular obedece a cualquier
substancia incapaz de atravesar libremente la membrana celular. Por ejemplo, el sodio, que
es el principal catión del líquido extracelular, explica la mayor parte de la presión
osmótica, pero otras substancias que tampoco pasan fácilmente por la membrana, por
ejemplo la glucosa, también elevan la presión osmótica eficaz.
En vista de que las membranas celulares
dejan pasar libremente el agua, se considera que las presiones osmóticas eficaces en los
dos compartimientos son iguales. Cualquier situación que modifique la presión osmótica
eficaz en uno u otro compartimiento tendrá como consecuencia una nueva distribución del
agua entre los mismos. Por ejemplo, si aumenta la presión osmótica eficaz en el líquido
extracelular, cosa que puede deberse frecuentemente a un aumento de la concentración de
sodio, habrá paso neto de agua del líquido intracelular al extracelular. Este paso de
agua continuará hasta que las presiones osmóticas eficaces en ambos compartimientos se
hayan igualado. Inversamente, si disminuye la concentración de sodio en el líquido
extracelular, pasará agua del espacio extracelular al intracelular. Pero una deplección
del volumen líquido extracelular, sin cambio de concentración de los iones, no tiene por
qué producir salida de agua libre del espacio intracelular.
Vemos pues que el líquido intracelular
interviene en caso de pérdidas que supongan un cambio de concentración o composición
del líquido extracelular, pero casi no es afectado por los cambios de volumen en
condiciones isotónicas. En la práctica, la mayor parte de ganancias y pérdidas de
líquidos corporales afectan directamente el compartimiento extracelular.
El metabolismo celular requiere una
adecuada perfusión tisular que se consigue gracias a la existencia de un volumen
circulante efectivo contenido en el espacio intravascular. Por otra parte, la regulación
del volumen extracelular está determinada por los cambios del volumen circulante
efectivo. Este volumen circulante depende del gasto cardíaco, de las resistencias
vasculares periféricas y del contenido de sodio en el organismo, y sus alteraciones son
compensadas, entre otros mecanismos, por la reabsorción y excreción de Na y agua por el
riñón. La estabilidad del volumen circulante efectivo requiere, además, el
mantenimiento de la presión oncótica intravascular que está condicionada casi
exclusivamente por la albúmina. La presión oncótica es, junto a las diferencias de
presión hidrostática a ambos lados de la pared capilar, uno de los factores
fundamentales en la dinámica de la ley de Starling que determina el desplazamiento de
agua entre los espacios intravascular e intersticial.
En condiciones normales existe un
equilibrio o balance constante entre las ingestas y las pérdidas hidroelectrolíticas. El
aporte diario mínimo de agua que necesita un adulto sano es aproximadamente de 1600ml, de
los cuales el 85% procede del agua libre ingerida y de los propios alimentos y el 15%
restante del agua endógena generada por la oxidación de los principios inmediatos. Este
aporte compensa las pérdidas obligatorias de agua que se producen a través de la orina
(500ml), del tracto respiratorio y de la piel en forma de pérdidas
"insensibles" (900ml) y de las heces (200ml). El agua excedente ingerida se
eliminará por la orina.
Los procesos fisiológicos que regulan el
balance de Na son extraordinariamente eficientes. La eliminación de sodio por el riñón
puede variar dentro de un rango muy amplio, desde menos de 5 mEq/día hasta mas de 100
mEq/día, con lo que el contenido total del Na permanece constante a pesar de que existan
grandes modificaciones en los ingresos de este electrólito.
Como se señaló anteriormente, el
funcionalismo celular requiere que en el medio extracelular se mantenga constante la
osmolalidad (concentración de Na) y el volumen (representado por el volumen circulante
efectivo). La homeostasis de estos dos factores depende de forma directa de una perfecta
regulación integrada del metabolismo del agua y del sodio. De esta manera, las
modificaciones del contenido de agua del compartimiento extracelular influirán en su
osmolalidad y, por otra parte, las variaciones del balance del sodio en su contenido de
agua o volumen.
La estabilidad de la osmolalidad del plasma
se consigue mediante un control adecuado del balance hídrico fundamentalmente a través
del mecanismo de la sed y de la regulación de la excreción de agua por el riñón
(concentración y dilución de la orina) mediada por la hormona antidiurética (Figura 2).
|
Fig.
2. Reabsorción tubular de Na y H2O |
La sed supone la necesidad de ingerir agua.
Esta sensación fisiológica está regulada por osmorreceptores situados en el hipotálamo
que detectan los cambios de la osmolalidad plasmática. El incremento de la osmolalidad
plasmática representa el estímulo más potente para la sed. Otros estímulos adicionales
son la hipovolemia-hipotensión a través del sistema renina-angiotensina-aldosterona.
La hormona antidiurética forma parte de un
mecanismo muy efectivo para el control del balance hídrico en el que intervienen el
hipotálamo, la neurohipófisis y el riñón. Pequeñas variaciones de la osmolalidad
plasmática (<2%) pueden ser detectadas por osmorreceptores situados en el hipotálamo.
El incremento de la osmolalidad estimula la
secreción de la ADH, mientras que su descenso inhibe la secreción de la misma. Cuando el
efecto de la ADH es máximo, el volumen de orina puede disminuir hasta un mínimo de 500ml
al día (pérdida de agua obligatoria por el riñón) y la osmolalidad urinaria puede
alcanzar los 1400mOs/Kg; en cambio, en ausencia de ADH, la osmolalidad urinaria puede
disminuir hasta 40-80 mOs/Kg y la diuresis máxima diaria puede llegar a ser de 15 a 20 L.
La acción de la ADH consiste en facilitar la permeabilidad al agua de la parte distal del
túbulo distal y de los tubos colectores renales, por lo que, debido a la hipertonicidad
medulointersticial del riñón, el agua contenida en estas estructuras pasa al intersticio
renal y de ahí a la circulación sistémica.
Otro estímulo que incrementa la secreción
de la ADH es la disminución del volumen circulante efectivo. En situaciones en las que
inciden simultáneamente un estado de hipoosmolalidad y de hipovolemia, que actuarían de
forma antagónica sobre la liberación de ADH, predominará el efecto de la hipovolemia y
la hipoosmolalidad se agravará.
Para que el agua pueda ser eliminada por el
riñón es preciso que, además de que del tubo colector sea impermeable al agua, el
líquido que alcanza el túbulo distal a) tenga un volumen suficiente y b) sea
hipotónico. Por tanto, es necesario que el filtrado glomerular sea adecuado y que el Na y
el Cl sean reabsorbidos sin agua en la porción ascendente del asa de Henle.
La volemia es controlada por un complejo
sistema en el que intervienen diversos receptores de volumen-presión, localizados en el
riñón (aparato yuxtaglomerular) y en otras estructuras (barorreceptores de la aurícula
y grandes arterias). A través de la estimulación de estos receptores se activan
diferentes mecanismos efectores que actúan sobre: a) el gasto cardiaco, b) las
resistencias vasculares periféricas, y c) el balance o contenido de sodio. Los mecanismos
efectores más importantes son el sistema nervioso simpático y el sistema
renina-angiotensina-aldosterona (cuadro 1).
El riñón es el órgano que regula el
contenido total del sodio del organismo, mediante su capacidad de controlar la excreción
este ion.
La cantidad de sodio filtrado por el
glomérulo varía dependiendo de la volemia; sin embargo, salvo en situaciones de
insuficiencia renal terminal, las variaciones en el filtrado glomerular apenas influyen en
la eliminación de Na. El proceso fundamental que regula el balance de sodio es la
reabsorción tubular y constituye la principal respuesta adaptativa a las fluctuaciones
del volumen circulante efectivo.
En el túbulo proximal se reabsorbe la
mayor parte del Na filtrado por mecanismos fundamentalmente físicos. La filtración
glomerular condiciona en la circulación capilar peritubular un incremento de la presión
oncótica y una disminución de la presión hidrostática que favorecen la reabsorción de
sodio. En situaciones de deplección de volumen, se producen una serie de cambios
vasomotores de la circulación renal, mediados por el sistema nervioso simpático y
la angiotensina II, que condicionan un aumento de la fracción de filtración
glomerular con respecto al flujo renal y, en consecuencia, se intensifican los cambios
anteriormente mencionados que favorecen la reabsorción Na.
En la parte distal del túbulo contorneado
distal y en la porción cortical de los tubos colectores, la reabsorción de sodio está
regulada por la acción de la aldosterona que promueve el paso de Na, en
intercambio con potasio, desde la luz tubular al interior celular. La secreción de la
aldosterona es inducida principalmente por el sistema renina-angiotensina. El estímulo
más potente de este sistema es la disminución del volumen circulante efectivo.
|
Cuadro
1. Regulación del volumen circulante efectivo |
Además del sistema nervioso simpático y
del sistema renina-angiotensina-aldosterona, también intervienen otros mecanismos
hormonales en el
control de la excreción renal
de sodio. Entre ellos cabe destacar la acción del denominado factor natriurético que
facilita la excreción de sodio al inhibir su reabsorción en el túbulo colector. Se
considera que el factor natriurético es, al menos en parte, el responsable del proceso
conocido como fenómeno de "escape" mediante el cual se favorece la eliminación
renal de Na en situaciones de expansión de volumen y se evita, de esta forma, la
sobrecarga de volumen progresiva que se produciría en el hiperaldosteronismo primario o
en la secreción inadecuada de ADH.
Alteraciones del Equilibrio Hidrosalino
Clasificación
Las alteraciones del balance del Na y agua
suceden en una gran variedad de circunstancias clínicas. En algunas ocasiones constituyen
una manifestación más dentro del cuadro sindrómico de la enfermedad subyacente
sistémica que la origina, mientras que en otras representan el trastorno fisiopatológico
fundamental condicionante de la enfermedad. Como se ha señalado anteriormente, el balance
de sodio y del agua son los factores que determinan el volumen y la osmolalidad,
respectivamente, del medio extracelular. Por tanto, desde un punto de vista
fisiopatológico es más apropiado analizar los trastornos del metabolismo hidrosalino en
función del volumen y la osmolalidad del espacio extracelular. Los cambios de la
osmolalidad en este espacio, debido al equilibrio osmótico que se establece entre los
compartimientos intracelular y extracelular, reflejarán fielmente los cambios de
osmolalidad e hidratación del medio intracelular.
Las alteraciones, ya sea por defecto o por
exceso. Del volumen y la osmolalidad habitualmente se presentan de manera combinada, por
lo que siempre deberemos valorar ambos factores a la hora de analizar una situación
concreta.
Alteraciones del volumen extracelular
Las anomalías del volumen extracelular son
consecuencia de alteraciones del contenido total de Na (cuadro 2).
Deplección del volumen extracelular
Etiopatogenia. La deplección de
sodio siempre es consecuencia de una pérdida excesiva del mismo. Las pérdidas pueden
proceder del riñón o de otras localizaciones.
1. Pérdidas gastrointestinales. Es la
causa más común
de deplección de volumen. La
composición hidroelectrolítica y el pH del líquido gastrointestinal difieren
notablemente dependiendo de la localización anatómica donde es secretado (tabla 2). Así
pues, a la deplección de volumen se asociarán diversos trastornos del potasio y del
bicarbonato que son clínicamente tan importantes como la deplección del volumen
propiamente dicha.
2. Pérdidas cutáneas y pulmonares. La
concentración de sodio del sudor varía entre 5 a 50
mEq/l dependiendo e la intensidad de la sudación. Como quiera que la pérdida de agua
excede a la de Na, la deplección de volumen ocasionada por el sudor siempre será
hipertónica. Las quemaduras pueden originar severas deplecciones de volumen por la
pérdida no sólo de líquido intersticial sino también de proteínas plasmáticas. A
través de los pulmones pueden eliminarse cantidades excesivas de agua y, en ocasiones, de
sodio, como sucede en situaciones con una marcado aumento de la secreción bronquial.
|
Tabla
2. Composición hidroelectrolítica de la secreción gastrointestinal. |
3. Secuestro de líquido en un tercer
espacio. El acumulo rápido de agua y sodio en un
tercer espacio que no está en equilibrio con los compartimientos intravascular e
intersticial, puede originar graves deplecciones de volumen intravascular que tienen un
significado fisiopatológico similar al de las pérdidas reales hidrosalinas. Esto ocurre
principalmente en la cavidad abdominal por una pancreatitis aguda o una inflamación aguda
del peritoneo.
4. Pérdidas renales. La eliminación
excesiva de sodio por la orina puede estar condicionada por una afectación intrínsica
renal o por el efecto de otros factores que impiden que el Na se reabsorba adecuadamente
en los diferentes segmentos del túbulo renal.
a) Pérdidas renales por afectación
intrínsica renal. En
procesos renales agudos, como en
la fase poliúrica de recuperación de la necrosis tubular aguda o en el período
poliúrico postobstructivo de la insuficiencia renal aguda postrenal, existe un trastorno
transitorio de la función tubular que puede ocasionar una importante deplección de
sodio. En otras enfermedades renales crónicas como la insuficiencia renal crónica y las
enfermedades tubulointersticiales (nefropatía pierde sal), la reabsorción renal de sodio
se encuentra alterada, por lo que se produce una pérdida "obligatoria" de sodio
por la orina que, en caso de no ser compensada por una ingesta adecuada, condiciona un
estado de deplección de volumen.
b) Pérdidas renales sin afectación
intrínsica renal. Una excesiva eliminación urinaria de sodio en presencia de una
función renal normal puede observarse en tres circunstancias clínicas; una es el abuso
de diuréticos, que actúan inhibiendo el transporte activo del Na en diferentes lugares
de la nefrona; otra es la presencia anormal de grandes cantidades en el túbulo renal de
solutos diferentes al Na (glucosa, manitol, urea,etc.) que por el efecto conocido como
diuresis osmótica "arrastra sodio y agua del espacio tubular; y la tercera es la insuficiencia
suprarrenal que condiciona una disminución de la reabsorción distal de Na por el
déficit de aldosterona.
Aproximación diagnóstica y
terapéutica. El manejo de los pacientes en los que se sospecha deplección de volumen
extracelular debe organizarse en función de tres objetivos:
Deplección del
Volumen Extracelular
Pérdidas Extrarrenales
Diarreas
Gastrointestinales Vómitos
Drenajes
Cutáneas Sudación excesiva
Quemaduras
Pulmonares Hiperventilación
Secuestro del Líquido en un tercer espacio
Pancreatitis Aguda
Peritonitis Aguda
Pérdidas Renales
Enfermedad Renal
Nefropatías agudas (fase poliúrica de la
necrosis tubular aguda, poliuria postobstructiva).
Nefropatías crónicas (insuficiencia renal
crónica, nefropatía <<pierde sal>>)
Abuso de diuréticos
Diuresis osmótica
Hiperglucemia
Empleo de Manitol
Insuficiencia Suprarenal
Expansión del Volumen extracelular
(edema)
Con disminución del volumen circulante
efectivo
1. Insuficiencia cardiaca congestiva
2. Cirrosis hepática
3. Síndrome nefrótico
Con aumento del volumen circulante efectivo
1. Aporte excesivo de sodio
2. Disminución del filtrado glomerular
(insuficiencia renal aguda y crónica sin
depleción de volumen) |
Cuadro 2.
Clasificación etiopatogénica de las alteraciones del volumen extracelular. |
1. Diagnóstico sindrómico
La confirmación diagnóstica de la
deplección de volumen extracelular se basa en la clínica y en el apoyo diagnóstico de
los datos de laboratorio. Las manifestaciones clínicas son expresión de la
disminución del volumen intersticial e intravascular. Como consecuencia de la deplección
del volumen intravascular, el paciente presentará la sintomatología característica de
los cuadros hipovolemicos (astenia, mareo con el ortostatismo, sed y, en casos severos de
shock, disfunción global del SNC) junto con hipotensión arterial y taquicardia que se
intensifican en bipedestación. Las manifestaciones clínicas derivadas de la deplección
del volumen instersticial como la menor turgencia de la piel (signo del pliegue) y la
sequedad de la piel y mucosas, en muchas ocasiones, sobre todo en ancianos, no son
fiables. En pacientes jóvenes, la presencia del signo del pliegue habitualmente implica
una deplección de volumen severa.
Los datos de laboratorio más
útiles para valorar la existencia de un estado de deplección hidrosalina intravascular
son el aumento de la concentración de las proteínas plasmáticas y de las células
sanguíneas (hemoconcentración) y las alteraciones derivadas de la repercusión renal de
la hipovolemia. Como consecuencia de la insuficiencia renal aguda prerrenal se produce un
aumento de las concentraciones plasmáticas de ácido úrico, creatinina y urea, mientras
que desciende la concentración urinaria de Na (<10mEq/l). La urea suele aumentar
proporcionalmente más que la creatinina. Obviamente, en aquellos casos de deplección de
volumen por pérdidas renales, la natriuria será superior (>20mEq/l). Es muy
importante tener presente que, en casos de deplección de volumen con alcalosis
metabólica asociada, la concentración urinaria de Na puede ser mayor de lo esperado como
consecuencia de la pérdida obligada de sodio en compañía del bicarbonato que es
eliminado en exceso por la orina. En estos casos, el parámetro urinario más útil es la
concentración de Cl que será inferior a 10mEq/l.
Además de una correcta valoración del
volumen extracelular deberemos comprobar la existencia de otras alteraciones
hidroelectrolíticas y del equilibrio ácido-base (hipo-hipernatremia,
hipo-hiperpotasemia, alcalosis-acidosis metabólica) que pueden condicionar graves
alteraciones fisiopatológicas.
2. Diagnóstico etiológico
La correcta historia clínica aporta una
información muy valiosa. Manifestaciones como vómitos, diarrea, dolor y distensión
abdominal, sudación excesiva, poliurea, polidipsia, astenia e hiperpigmentación de la
piel, y la existencia de antecedentes como el uso de diuréticos y la colocación de
drenajes gastrointestinales permiten, en muchos casos, establecer una sólida sospecha
etiológica.
3. Tratamiento
El objetivo terapéutico consiste en la
reposición intravascular de agua y electrolitos, por vía oral y/o intravenosa, en
proporción y cantidad similar a la del líquido perdido. La cuantificación exacta de las
pérdidas es prácticamente imposible, por ello, es necesario una monitorización precisa
del estado de la volemia, mediante los parámetros hemodinámicos y analíticos antes
comentados, para evitar una reposición insuficiente o una expansión del volumen
excesiva.
Expansión del volumen extracelular
Los trastornos por exceso del volumen
extracelular son consecuencia de un incremento del contenido de Na y agua. La
manifestación clínica fundamental que caracteriza a estos trastornos es la presencia de
edema generalizado como consecuencia del aumento del líquido intersticial.
Etiopatogenia. La aparición de
edema implica un desequilibrio de las fuerzas de Starling que facilita el paso excesivo de
agua y solutos des espacio intravascular al intersticial a través de la membrana capilar.
En la práctica clínica, ello puede estar motivado por una disminución de la presión
oncótica o un aumento de la presión hidrostática en el interior del capilar. A su vez,
el aumento de la presión hidrostática puede ser consecuencia de un aumento real del
volumen plasmático o bien de trastornos hemodinámicos circulatorios.
1. Expansión del volumen extracelular
con disminución
del volumen circulante
efectivo. En aquellos casos en los que el desplazamiento del líquido intravascular al
espacio intersticial no es producido por un verdadero aumento de la volemia, este
desplazamiento de líquido originará una deplección del volumen circulante efectivo. A
su vez, esta deplección condicionará, por los sistemas reguladores anteriormente
mencionados, una retención renal de sodio "adecuada" a esta disminución del
volumen efectivo. Mientras persista el desequilibrio capilar que favorece el paso de agua
al espacio intersticial, todo el sodio retenido por el riñón pasará a este espacio, con
lo cual se establece una perpetuación del trastorno fisiopatológico que conllevará un
progresivo incremento del edema. La disminución del volumen circulante efectivo
constituye el mecanismo más frecuente de expansión del volumen extracelular. Las causas
de disminución del volumen circulante efectivo con expansión del volumen extracelular
son tres: a) el edema de la insuficiencia cardiaca congestiva es desencadenado por una
serie de cambios hemodinámicos que condicionan un incremento de la presión hidrostática
intracapilar; b) el edema que aparece en los pacientes con cirrosis hepática es de origen
multifactorial y, al menos en parte, esta desencadenado por cambios hemodinámicos
insuficientemente conocidos y por la hipoalbuminemia; y c) en el síndrome nefrótico, el
factor determinante del edema es la hipoalbuminemia.
2. Expansión del volumen extracelular
con aumento
del volumen circulante efectivo.
En estos casos, el desequilibrio capilar está producido por un aumento de la presión
hidrostática secundaria a un incremento del volumen circulante. En condiciones
fisiológicas la expansión de la volemia desencadena una respuesta compensadora
natriurética, denominada fenómeno de "escape" que impide un incremento
progresivo del volumen circulante. Por tanto, para que la expansión de la volemia sea
fisiopatológicamente significativa es preciso que este mecanismo compensador fracase,
bien porque la expansión de volumen sea de cuantía importante y de instauración aguda,
bien por un trastorno intrínseco renal que impida la mencionada respuesta natriurética.
Esto ocurre en dos situaciones que pueden aparecer aislada o conjuntamente y que son la
administración intravenosa de cantidades excesivas de soluciones hidrosalinas, o bien la
disminución del filtrado glomerular por insuficiencia renal aguda o crónica sin
deplección de volumen. La situación más característica es la glomerulonefritis aguda.
Diagnóstico y tratamiento. En todos
estos pacientes, el edema constituye una manifestación más dentro del contexto
sindrómico de la enfermedad subyacente sistémica que origina la expansión de volumen.
El tratamiento comprende, además de las medidas específicas propias de cada enfermedad,
el uso correcto de los diferentes tipos de diuréticos para el control del edema.
Trastornos en la Concentración de
Electrolitos
Anomalías del Sodio
Hiponatremia
Se considera que existe hiponatremia cuando
la concentración plasmática de sodio es inferior a 135 mEq/l. En la inmensa mayoría de
los casos indica hipoosmolalidad plasmática, sin embargo, en determinadas circunstancias
patológicas se observa hiponatremia sin disminución de la osmolalidad. Esta situación
también conocida como seudohiponatremia puede presentarse por dos motivos: a) por
reducción del porcentaje del agua del plasma con respecto al volumen plasmático total.
Aparece en hiperlipidemias e hiperproteinemias severas y no supone ningún trastorno
hidrosalino puesto que la osmolalidad plasmática es normal; y b) por presencia de otros
osmoles (glucosa, manitol, etc.) en el espacio extracelular que incrementan la osmolalidad
plasmática. En estos casos se produce una disminución de la concentración plasmática
de sodio como consecuencia del desplazamiento del agua desde el espacio intracelular al
extracelular. En situaciones de hiperglucemia el Na desciende 1,6 mEq/l por cada 100 mg/dl
de incremento de la glucosa.
Etiopatogenia. La alteración
fisiopatológica característica de los estados de hiponatremia es la incapacidad del
riñón para diluir adecuadamente la orina. Los mecanismos patogénicos que pueden
condicionar esta alteración son dos; a) mecanismo consiste en la incapacidad del riñón
para generar suficiente cantidad de orina diluida en el túbulo distal. Esto puede
suceder, bien por una disminución del filtrado glomerular y/o un aumento de la
reabsorción proximal de sodio y agua que impiden la generación de una cantidad
suficiente de orina, bien por una alteración de la reabsorción de Na y Cl en la porción
ascendente del tubo de Henle y en la proximal del tubo contorneado distal que dificulta la
dilución de la orina; y b) la otra posibilidad es que exista una secreción continua de
ADH a pesar de la hipoosmolalidad plasmática que, al permitir el paso de agua al espacio
intersticial desde el tubo colector, aumenta la concentración de la orina.
Desde un punto de vista clínico, la
clasificación más útil de la hiponatremia es la establecida a partir de la situación
del volumen extracelular (cuadro 3).
1. Hiponatremia con volumen extracelular
disminuido.
La deplección de volumen favorece la
aparición de hiponatremia a través del aumento de la secreción de ADH (el efecto
estimulante de la hipovolemia predomina frente al inhibidor de la hipoosmolalidad) y la
disminución del filtrado glomerular. En estos pacientes, la hiponatremia suele ser leve y
la clínica predominante es la propia de la deplección de volumen.
Hiponatremia con volumen
extracelular disminuido (cuadro 2)
Hiponatremia con volumen extracelular
aumentado (edema) (cuadro 2)
Hiponatremia con volumen extracelular
normal o <<minimante>> aumentado
Secreción inadecuada de ADH
Deficiencia de Glucocorticoides
Polidipsia severa
Hiponatremia esencial
Hiponatremia sin hipoosmolalidad
plasmática (seudohiponatremia)
Presencia de otros osmoles
Hiperglucemia
Empleo de manitol
Reducción del porcentaje de agua
plasmática
Hiperlipidemia
Hiperproteinemia |
Cuadro 3.
Clasificación etiopatogénica de los estados hiponatrémicos. |
Las causas de deplección de volumen
extracelular ya han sido comentadas previamente. De todas ellas, el uso de diuréticos
predispone especialmente a la hiponatremia ya que éstos,
además de inducir hipovolemia, dificultan
la reabsorción de Na libre de agua en el asa de Henle y en túbulo distal y, por tanto
impiden la dilución de la orina.
2. Hiponatremia con volumen extracelular
aumentado.
Este grupo ha sido analizado también
previamente. En estos pacientes la hiponatremia es consecuencia, bien de la deplección
del volumen circulante efectivo (síndrome nefrótico, insuficiencia cardíaca congestiva,
cirrosis hepática) que inducirá las mismas alteraciones que la deplección de volumen
extracelular o bien de la disminución del filtrado glomerular en presencia de expansión
del volumen circulante (insuficiencia renal aguda o crónica) que impide la formación de
una cantidad suficiente de orina. La hiponatremia en estos pacientes suele ser leve y la
manifestación hidroelectrolítica principal es la presencia de edema generalizado.
3. Hiponatremia con volumen extracelular
normal o
"minimamente elevado".
El Trastorno fisiopatológico fundamental
en estos casos es la incapacidad de la excreción renal por un defecto intrínseco
tubular. Es importante resaltar que es preciso que se mantenga la ingesta de agua para que
se desarrolle la hiponatremia en estas circunstancias. La retención excesiva de agua
provoca un incremento mínimo del volumen extracelular no significativo, debido al
desplazamiento de agua por gradiente osmótico al espacio intracelular y al fenómeno de
"escape" natriurético. La mayor parte de las causas que originan este trastorno
están relacionadas con una secreción inadecuada de ADH.
a) Síndrome de secreción inadecuada de
ADH (SIADH) o síndrome de Schwart-Bartter. En este síndrome se produce una
liberación de ADH "inapropiadamente" elevada a pesar de la disminución de la
osmolalidad plasmática y del discreto aumento del volumen extracelular. Las
características bioquímicas y clínicas de la SIADH son: a) osmolalilad urinaria
inapropiadamente elevada con relación a la plasmática (en la mayor parte de los casos es
superior a la plasmática); b) función renal normal; C) natriuria elevada (>20mEq/l);
d) incremento de la hiponatremia con la sobrecarga de líquidos; e) normalidad del balance
del potasio y del equilibrio ácido-basico; f) ausencia de edema y de deplección de
volumen y g) normalidad de la función suprarrenal y tiroidea.
Es característico también de este
síndrome, a diferencia de lo que ocurre en los estados de deplección de volumen. La
presencia de hipouricemia.
Las causas del síndrome de SIADH son
numerosas y se exponen en la cuadro 4. Rara vez no se identifica ninguna causa. En estos
caso, aparentemente idiopáticos, es esencial realizar un seguimiento clínico estrecho
ante la posible existencia de una neoplasia oculta.
Otras causas de hiponatremia con volumen
extracelular normal. En determinadas deficiencias endocrinas (hipotiroidismo y
déficit de glucocorticoides) puede aparecer una hiponatremia por mecanismos complejos
incompletamente conocidos, en los que puede estar implicada la ADH. La hiponatremia
esencial es un trastorno de los osmorreceptores hipotalámicos que consiste en una
disminución del umbral para la liberación de ADH. La natremia se encuentra descendida
entre 125-130 mEq/l, pero se mantiene estable. Este tipo de hiponatremia es asintomático
y no requiere tratamiento. En casos excepcionales de polidipsia primaria con una ingesta
de agua superior a 10-15 litros puede excederse la capacidad máxima real de excreción de
agua y desarrollarse un estado de hiponatremia.
Incremento de la
producción hipatalámica de ADH
Enfermedades del sistema nervioso central
Infecciones: meningitis tuberculosa,
meningitis bacteriana aguda, encefalitis aguda
Enfermedades vasculares: infarto cerebral,
hematoma subdural, hemorragia subaracnoidea
Neoplasias: primarias o metastásicas
Miscelánea: Síndrome de Guillain -
Barré, porfiria aguda intermitente, fractura craneal.
Enfermedades pulmonares*
Tuberculosis
Neumonia bacteriana, vírica o micótica
Absceso
Empiema
Enfermedad pulmonar obstructiva crónica
Fármacos
Carbamacepina
Ciclofosfamida
Vincristina
Otros: halopridol, bromocriptina,
amitriptilina, tioridazina
Postintervenciones quirúgicas*
Idiopática
Producción ectópica de ADH por
procesos neoplásicos
Carcinoma pulmonar de células pequeñas*
Carcinoma de páncreas
Linfomas
Carcinoma de duodeno
Timoma
Potenciación del efecto de ADH por
fármacos
Clorpropamida*
Tolbutamida |
* causa más
frecuentes.
Cuadro 4. Clasificación
etiopatogénica del síndrome de secreción inadecuada de ADH |
Clínica. La severidad de las
manifestaciones clínicas dependen del grado de la hiponatremia y de la rapidez de su
instauración y están condicionadas por el desplazamiento del agua al interior de las
neuronas. Cuando la hiponatremia es inferior a 120 mEq/l o se ha establecido rápidamente,
aparecen las manifestaciones que consisten en anorexia, náuseas, y, en estadio más
severos, cefalea, convulsiones y deterioro del nivel de conciencia.
Aproximación diagnóstica. La
sistemática de estudio más útil ante un paciente con hiponatremia es la siguiente
(cuadro 5).
|
Cuadro
5. Sistemática diagnóstica de los estados hiponatrémicos, NTA: necrosis tubular
aguda; I:insuficiencia; SIADH: síndrome de secreción inadecuada de ADH; S:
síndrome. |
1. Determinación de la osmolalidad
plasmática. Nos permite diferenciar los estados de seudohiponatremia (hiponatremia sin
hipoosmolalidad) de los de hipoosmolalidad plasmática verdadera.
2. Valoración del volumen extracelular. La
historia clínica habitualmente es suficiente para la valoración del volumen extracelular
(disminuido, aumentado o normal). La medición del BUN, de la creatinina y del ácido
úrico es también de gran ayuda para diferenciar los casos de deplección de volumen de
los de SIADH.
3. Determinación de la concentración
urinaria de Na.
La natriuria estará disminuida (<10-15
mEq/l) en los pacientes con edema generalizado por disminución del volumen circulante
efectivo y en los estados de deplección del volumen extracelular por pérdidas
extrarrenales. Por otra parte, estará aumentada (>20mEq/l) en el síndrome de SIADH,
en la deplección de volumen por pérdidas renales y en los estados de insuficiencia renal
con expansión del volumen extracelular.
La determinación del potasio y del pH
plasmáticos también pueden ser de gran ayuda para establecer el diagnóstico correcto.
La combinación de hipopotasemia y alcalosis metabólica sugiere la existencia de
pérdidas renales por diuréticos o gástricas; la de acidosis metabólica o
hiperpotasemia es propia del fracaso renal o de la insuficiencia renal. La osmolalidad
urinaria estará siempre inapropiadamente elevada en todos los estados de hiponatremia
salvo en los casos de polidipsia primaria (<100mOs/Kg).
Tratamiento. El objetivo
terapéutico fundamental es la eliminación de la causa y/o la corrección del mecanismo
patogénico que desencadenan la hiponatremia. Sólo en aquellos casos en los que se
produzca una hiponatremia severa sintomática el objetivo prioritario será aumentar la
osmollidad plasmática.
1. Tratamiento patogénico. Dependerá del
mecanismo desencadenante: a) hiponatremia con volumen extracelular disminuido. La
normalización de la volemia con soluciones salinas isotónicas habitualmente será
suficiente para la corrección de la hiponatremia. B) Hiponatremia con volumen
extracelular aumentado. El uso adecuado de diuréticos y el tratamiento etiológico propio
de cada caso son las medidas terapéuticas principales. En algunos pacientes es preciso
una restricción de la ingesta de agua.
2. Trataniento sintomático. Los pacientes
con hiponatremia severa sintomática (habitualmente <115mEq/l) requieren la
administración de soluciones salinas hipertónicas. El objetivo inicial es incrementar la
concentración plasmática de Na hasta 120-125 mEq/l. Correcciones excesivamente rápidas
de hiponatremias severas pueden provocar graves alteraciones neurológicas (mielinilisis
pontina central), sobre todo cuando la hiponatremia es crónica. Se recomienda no
incrementar la concentración plasmática de sodio a más de 0,5-1 mEq/l por hora en
situaciones crónicas. En caso de que la hiponatremia se hay establecido en menos de 24
horas puede aumentarse hasta 1-2 mEq/l por hora. La administración de diuréticos
(furosemida) está indicada cuando existe riesgo de sobrecarga de volumen por la infusión
de salino hipertónico. El cálculo del déficit de Na que hay que reponer se puede
estimar mediante la siguiente fórmula:
Déficit de Na(mEq/l)= (140 - Na actual) x
0,6 x peso corporal (Kg).
Hipernatremia
Se considera que existe hipernatremia
cuando la concentración plasmática de Na es superior a 145-150 mEq/l. La presencia de
hipernatremia siempre indica una situación de hiperosmolalidad. Desde un punto de vista
clínico es útil clasificar las hipernatremias en tres subgrupos dependiendo de la
situación del balance hidrosalino (cuadro 6): a) por déficit exclusivo de agua; b) por
déficit hidrosalino pero con pérdidas de agua superiores a las de sodio y c) por balance
positivo de sodio. En cualquier caso, todo estado de hipernatremia severa implica una
insuficiente ingesta de agua. Por ello es más frecuente en niños menores de un año,
ancianos y pacientes con trastornos de conciencia.
Por déficit
exclusivo de agua
Pérdidas renales
Diabetes insípida central
Diabetes insípida nefrogénica
Aumento de las pérdidas
<<insensibles>>
Cutáneas (cuadros febriles)
Pulmonares (hiperventilación)
Por déficit hidrosalino con
pérdidas de agua
superiores a las de
sodio
Pérdidas cutáneas
Sudación excesiva
Pérdidas renales
Diuresis osmótica (hiperglucemia, manitol)
Por balance positivo de sodio
Administración excesiva de sodio
Hiperaldosteronismo primario
|
Cuadro 6.
Clasificación etiopatogénica de los estados hipernatrémicos |
Etiopatogenia. 1- Hipernatremia por
déficit exclusivo de agua. Se produce por pérdidas de agua a través del riñón, de la
piel o de los pulmones. La pérdida extracelular de agua origina un gradiente osmótico
que facilita el paso de agua desde el espacio intracelular al extracelular. Sólo un
tercio del déficit total de agua procede del espacio extracelular y, por tanto, el
volumen circulante suele mantenerse estable.
a) Pérdidas renales: se produce por una
incapacidad del riñón para la concentración de orina
que condiciona la eliminación de grandes cantidades de orina (3-20 L/día) con una
osmolalidad muy baja ( 50-200 mOsm/Kg). Esta situación conocida como diabetes insipida
puede estar condicionada por un déficit de la secreción de ADH (central) o por un
trastorno tubular renal (nefrogénica). Las causas más importantes de diabetes insipida
central son los traumatismos craneoencefálicos, la encefalopatía anóxica, la cirugia
hipofisiaria y los tumores cerebrales. No obstante, el 50% de los casos son idiopáticos.
La diabetes insípida nefrogénica es originada por diversas causas, adquiridas o
congénitas, que dificultan la acción de la ADH.
b) Pérdidas extrarrenales: se producen
como consecuencia del incremento de las pérdidas
insensibles a través de la piel y la respiración en cuadros febriles y en situaciones de
hiperventilación.
2.- Hipernatremia por déficit hidrosalino
con pérdidas de agua superiores a la de sodio. En este grupo de hipernatremia existe una
situación de deplección de volumen extracelular cuya severidad estará en relación con
la cuantía del déficit de sodio. La procedencia de las pérdidas de líquido hidrosalino
hipotónico puede ser: a) cutánea, por sudación excesiva; b) gastrointestinal, por
vómitos o diarrea y c) renal, por diuresis osmótica inducida por agentes como manitol,
glucosa o urea que al eliminarse por el túbulo renal arrastran agua y en menor
proporción sodio.
Hipernatremia por balance positivo de
sodio. Es una situación poco frecuente que se observa en pacientes ingresados comatosos
que reciben cantidades excesivas de soluciones salinas hipertónicas. Otra causa es el
hiperaldosteronismo primario.
Manifestaciones clínicas.- Los
síntomas están en relación con la disminución del volumen en las células del SNC. La
severidad del cuadro depende del grado y de la rapidez de instauración de la
hipernatremia. En caso que se desarrolle lentamente se produce un incremento de la
osmolalidad intracelular que reduce la deplección del volumen intracelular.
Habitualmente, cuando la natremia es superior a 160 mEq/L los síntomas son evidentes.
Inicialmente se manifiesta por irritabilidad e hipertonia muscular y posteriormente; a
medida que la hipernatremia se agrava, aparecen alteraciones de la conciencia,
convulsiones, coma y muerte.
Aproximación diagnóstica y
terapéutica. Los datos fundamentales que debemos valorar son: (cuadro 7).
1.- Volumen extracelular: a)
disminuido(pérdidas hidrosalinas); b) normal (pérdida exclusivamente de agua); c)
aumentado (balance de sodio positivo).
2.- concentración urinaria de Na: útil en
pacientes con deplección de volumen: a) < 20 mEq/l ( pérdidas hidrosalinas
extrarrenales); b) >20 mEq/L ( pérdidas hidrosalinas renales).
3.- Osmolalidad urinaria: es útil en
pacientes con volumen extracelular normal : a) >280 mOsm/Kg (pérdidas extrarrenales
exclusivamente de agua); b) < 280 mOsm/Kg (diabetes insipida).
El tratamiento adecuado de este trastorno
requiere no sólo la normalización de la osmolalidad plasmática, sino también la
corrección del volumen extracelular, en caso de que esté disminuido, y la eliminación
del factor etiológico.
La composición del líquido que debemos
administrar dependerá del mecanismo desencadenante de la hipernatremia. Cuando la volemia
es normal utilizaremos exclusivamente agua por vía oral o parenteral (sueros glucosados
al 5%). En cambio, en pacientes con deplección de volumen, inicialmente emplearemos
soluciones salinas isotónicas hasta que la volemia sea normalizada y; posteriormente,
continuaremos con soluciones salinas hipotónicas. La hipernatremia debe ser corregida
lentamente para evitar la aparición de edema cerebral que puede desarrollarse como
consecuencia del incremento previo compensador de la osmolalidad intracelular. Se
recomienda que la reposición del déficit de agua calculado se efectúe en 48 horas como
mínimo y el ritmo del descenso de la natremia no supere 1,5 mEq/L por hora. El cálculo
del déficit de agua corporal total se puede estimar mediante la siguiente fórmula:
Anomalías del Potasio
La ingestión normal de potasio con los
alimentos es del orden de 50 a 100 mEq al día; si no existe hipopotasemia, la mayor parte
del potasio se excreta con la orina. Noventa y ocho por 100 del potasio del organismo
corresponden al compartimiento intracelular, donde la concentración de dicho elemento es
vecina de 150 mEq por litro; se trata del principal catión del líquido intracelular.
Aunque el potasio intracelular total, en un varón de 70Kg, sólo equivale a unos 63 mEq(
4.5 mEq/litro x 14 litros), esta corta cantidad resulta fundamental para las funciones
cardiacas y neuromusculares. Además, la tasa de reposición en el compartimiento líquido
extracelular puede ser rapidísima.
La distribución del potasio, dentro y
fuera de las células, obedece a muchos factores. Se liberan grandes cantidades de potasio
intracelular al espacio extracelular en caso de lesiones graves o de stress quirúrgico
intenso, en la acidosis, y en situaciones de catabolismo exagerado. En estas situaciones,
puede aumentar mucho el potasio del suero, si existe insuficiencia renal con anuria u
oliguria; pero si la función renal es normal, es raro encontrar una hipercalcemia
peligrosa (con cifras superiores a 6meq
por litro). Sin embargo, después de los
traumatismos violentos, un volumen urinario normal o incluso elevado quizá no refleje la
capacidad del riñón para librar el organismo de solutos o para excretar potasio.
Hiperpotasemia
La hiperpotasemia puede ser el resultado de
un desplazamiento del potasio desde el compartimiento intracelular al extracelular, o de
una excesiva retención de potasio.
Al identificar en el laboratorio una
hiperpotasemia, lo primero que habrá que considerar es si es un valor de laboratorio
espurio, si es el resultado de una salida de potasio intracelular o si es debido a una
retención excesiva de potasio (cuadro 8 y 9).
Espurio
Torniquete apretado o prolongado en exceso
Hemólisis
Alteración de la membrana eritrocitaria
(mononucleosis, crioaglutininas)
Alteración familiar de permeabilidad de
membrana
Trombositosis y leucositosis
Desplazamiento transcelular
Acidosis metabólica o respiratoria
Insulinopenia en diabéticos con
hiperglucemia
Bloqueadores beta
Succinilcolina
Intoxicación digitálica
Intoxicación con fluoruros, litio,
arginina, dantrolona
Parálisis periódicahiperpotasémica
Ejercicio extenuante
Retención de Potasio
Insuficiencia renal aguda o crónica
Hipoaldosteronismos
Primario (Addison, déficit de 21
hidroxilasa, 3 beta hidroxi deshidrogenasa)
Secundario: hiporreninémico (acidosis
tubular tipo IV)
Exceso en la ingesta
Exógenos
Dieta
Sustitutivos dietéticos de la sal
Dieta hiposódica
Endógenos
Hemólisis
Sangrado en el tubo digestivo
Hematomas
Hipercatabolismo |
Cuadro 8. Causas
de hiperpotasemia |
Los signos de hiperpotasemia importante
quedan limitados a los sistemas cardiovascular y
digestivo. Entre los trastornos digestivos se cuentan las náuseas, vómitos, cólicos
intermitentes, y diarreas. Los signos cardiovasculares pertenecen inicialmente al
electrocardiograma, donde se observan ondas T altas y picudas, complejos QRS ensanchados,
y depresión del segmento ST. Conforme va subiendo el potasio, puede desaparecer la onda T
y presentarse bloqueo cardiaco y paro del corazón en diástole Figura 3.
Ingesta aumentada de
potasio
Suplementos de potasio
Sustitutivos de la sal
Penicilina potásica
Transfusión de sangre, sobre todo si no es
reciente
Eliminación de potasio disminuida
Fármacos que provocan insuficiencia renal
Diuréticos ahorradores de potasio
Ciclosporina
Inhibidores de la enzima conversora de la
angiotensina
Antiinflamatorios no esteroideos
Heparima
Litio
Por alterar la distribución de
potasio
Bloqueadores beta
Glucosas
Soluciones hipertónicas
Succinilcolina
Digital
Citostásticos, por provocar lisis celular
Alfa agonistas
Heroína. |
Cuadro 9.
Fármacos que provocan hiperpotasemia |
|
Fig.
3. Hiperpotasemia. Típicos cambios en el electrocardiograma con ondas T picudas
ensanchamiento del complejo QRS y pobre crecimiento de las ondas R. |
El tratamiento de la hiperpotasemia
consiste en una serie de medidas inmediatas para reducir el nivel sérico de potasio,
suspendiendo la aplicación exógena del mismo, y corrigiendo la causa subyacente siempre
que sea posible. Cabe suprimir temporalmente los efectos de un aumento rápido y brusco de
potasio sobre el miocardio mediante la aplicación intravenosa de una solución que
contenga 80 mEq de lactato de sodio, 100 ml de gluconato de calcio y 100 ml de dextrosa al
50% en agua. La aplicación de glucosa aumenta la síntesis de glucógeno, lo que
significa entrada de potasio a las células. También puede darse insulina, pero sin pasar
de una unidad por cada 5g de glucosa, o más, so pena de exponerse a una hipoglucemia de
rebote. El lactato de sodio eleva el pH y obliga al potasio a entrar a las células,
mientras que el gluconato de calcio tiende a contrarrestar los efectos de la
hiperpotasemia sobre el miocardio. La aplicación de esta solución, en un lapso de dos
horas, permite preparar las medidas encaminadas a suprimir definitivamente el exceso de
potasio ( hemodiálisis o diálisis peritoneal). Si el ascenso de la cifra de potasio es
lento (menos de 1meq por litro y por día), se puede tratar por resinas de intercambio de
cationes, de preferencia propias del ciclo del sodio (Kayexalate), que se aplican por vía
rectal a razón de 24 g cada 12 horas. Para que la absorción de agua por el colon no sea
demasiado rápida, como vehículo de la resina se dan 200 ml de glucosa al 10% en agua
(Tabla 3).
Hipopotasemia.- El problema más
frecuente en los pacientes operados es la hipopotasemia, que puede obedecer a: 1)
excreción renal excesiva; 2) entrada de potasio a las células; 3) administración
prolongada de líquidos parenterales sin potasio, mientras que continúa la pérdida renal
obligatoria de este elemento(20meq al día, o más): 4) hiperalimentación parenteral con
sustitución inadecuada del potasio, y 5) pérdida de secreciones de tubo digestivo.
El potasio desempeña un papel muy
importante en la regulación del equilibrio acidobásico. Aumenta la excreción renal de
potasio en caso de alcalosis, tanto respiratoria como metabólica. El potasio entabla
competición con el hidrógeno frente a los mecanismos de excreción del túbulo renal,
durante el intercambio por el ion sodio. Por tanto, en caso de alcalosis, la mayor
excreción de ion potasio a cambio de ion sodio es lo que permite conservar iones
hidrógeno. La hipopotasemia en sí puede producir alcalosis metabólica, pues cuando la
concentración de potasio en las células del túbulo es baja, puede aumentar la
secreción de iones hidrógeno. Además, entran iones hidrógeno a las células a
consecuencia de la pérdida de potasio, lo que explica en parte la alcalosis. En la
acidosis metabólica, los fenómenos son inversos, y el exceso de iones hidrógeno es
intercambiado por sodio, lo que implica retención de una mayor cantidad de potasio.
La excreción de potasio por el túbulo
renal aumenta cuando el organismo dispone de grandes cantidades de sodio para su
excreción. Cuanto más sodio haya disponible para la resorción, más potasio será
intercambiado por él en la luz de túbulo. Es probable que esto explique en parte las
mayores necesidades de potasio en caso de aplicar un gran volumen de líquido isotónico.
Asimismo, este mecanismo podría explicar el aumento de la excreción de potasio cuando se
administran esteroides.
Droga |
Mecanismo de acción |
Dosis |
Comienzo |
Duración |
Gluconato
de calcio (solución al 10%) |
Antagonismo
sobre la membrana |
10
- 20 ml (IV)
|
1
-3 min.
d |
30
- 60 min |
Bicarbonato
de sodio |
Redistribución |
50
- 100 mEq (IV) |
5
- 10 min |
2
h |
Glucosa
- insulina |
Redistribución |
IU
de insulina cada 5g de glucosa (25-50g) |
30
min |
4-6h
(bolo) indefinida (goteo) |
Salbutamol |
Redistribución |
0.5
mg (IV)
10-20mg
(nebulización) |
<
30 min |
>
2 h |
Kayexalate |
Excreción
colónica |
20-50g
(VO o rectal) |
1
- 2 h |
4-6h |
Hemodiálisis |
Remoción
dialítica |
4
- 6 h |
<
30 min |
variable |
Quizá se piense que la excreción renal de
potasio es pequeña, comparada con la cantidad de potasio que puede perderse con las
secreciones digestivas.
Aunque la concentración promedio de
potasio en algunas de estas secreciones parezca relativamente baja, si las pérdidas se
substituyen con un líquido sin potasio, es de temer una grave hipopotasemia.
La hipopotasemia también puede constituir
un problema grave en los pacientes que reciben hiperalimentación por vía intravenosa. En
general se requieren grandes cantidades de potasio adicional para normalizar las reservas
intracelulares disminuidas, y para satisfacer las necesidades propias de la síntesis
tisular durante la fase de anabolismo.
En resumen, la mayor parte de los factores
que tienden a influir sobre el metabolismo del potasio tienen como resultado una
excreción excesiva del mismo, y la tendencia a la hipopotasemia es bastante frecuente en
los servicios de cirugía, salvo cuando un choque o una acidosis modifican el manejo
normal del potasio por el riñón.
Los signos de déficit de potasio guardan
relación con las anomalías de la contractilidad del músculo estriado, músculo liso y
músculo cardiaco; incluyen una debilidad que puede agravarse hasta parálisis fláccida,
disminución y a veces desaparición de reflejos tendinosos, e íleo paralítico. Es
característico encontrar gran sensibilidad a la digital con arritmias cardiacas y signos
electrocardiográficos que consisten en bajo voltaje, aplanamiento de la onda T, y
depresión del segmento ST y aparición de una onda U prominente Sin embargo, los signos
de déficit de potasio pueden quedar enmascarados por los del grave déficit de volumen de
líquido intracelular. Si se corrige dicho déficit de volumen, puede empeorar la
situación, porque el potasio sérico desciende todavía más por simple dilución.(Figura
4).
|
Fig.
4. Hipopotasemia. Electrocardiograma mostrando ondas T aplanadas y la aparición de ondas
U (flechas). |
La hipopotasemia debe ser tratada como una
emergencia siempre que existan evidencias de toxicidad cardiaca o compromiso de los
músculos respiratorios. En esta condición el paciente debe ser monitoreado y la
administración de potasio debe efectuarse por vía intravenosa. Se pueden emplear
velocidades de 40 a 60 meq por hora. En el tratamiento de la hipopotasemia se usa
ampolletas de 20 meq y 40 meq y en los casos severos debe recordarse que: 1) se la
tratará como una emergencia sólo si existen evidencias de arritmias, trastornos de la
conducción o parálisis muscular: 2) siempre que sea posible se debe elegir la vía oral
para la reposición, aun en pacientes muy enfermos: 3) la concentración del K+ de una
solución administrada por una vía periférica está limitada por el dolor mantenerla
entre 40 y 50 meq/L) : 4) la velocidad de la corrección está limitada por el riesgo de
hiperpotasemia transitoria (mantener la velocidad entre 40 y 60 mEq/hora): 5) debe
diluirse la ClK en soluciones salinas para evitar la hipopotasemia inducida por las
infusiones de glucosa y 6) es necesario cerciorarse de que el ritmo diurético es
adecuado. Puede ser fatal administrar K+ a un paciente oligúrico. El potasio se
administra generalmente como cloruro de potasio. Aun así, existen algunas situaciones en
las que se prefieren otras sales. En la cetoacidosis diabética la habitual deplección de
fosfato hace preferir el fosfato de potasio, mientras que en la acidosis tubular renal el
bicarbonato de potasio sería la forma ideal de reposición.
Anomalías del cloro
La concentración promedio del cloro en el
suero es de 105 mEq/L. El líquido intersticial tiene una concentración ligeramente mayor
de 116 mEq/L. Las concentraciones de cloro y bicarbonato en el suero están en relación
inversa entre sí. Si la sangre es alcalina, el cloro baja de concentración; si es
ácida, la concentración del cloro sube. Los estados de acidosis cursan con hipercloremia
y los estados de alcalosis se acompañan de hipocloremia.
Los iones de cloro se eliminan en la orina
en forma de sales, cloruro de sodio, cloruro de amonio, cloruro de calcio y cloruro de
potasio. El cloro es en general un anión extracelular regulado por los riñones, las
glándulas suprarrenales, los pulmones, la piel, el tracto gastrointestinal y el pH
sanguíneo.
Anomalías del calcio
La mayor parte de los 1000 a 1200g de
calcio del organismo se encuentran en el tejido óseo, bajo la forma de fosfatos y
carbonatos. La ingestión normal de calcio es de 1 a 3g al día. La mayor parte de este
calcio se excreta por el tubo digestivo, mientras que la orina diaria contiene
aproximadamente 200mg de calcio menos. La cifra sérica normal es de 9 a 11mg por 100ml, y
la mitad de este valor, aproximadamente, corresponde a calcio que no se encuentra
ionizado, sino unido a una proteína plasmática. Otra fracción no ionizada (5%) está
combinada con otras substancias del plasma y el líquido intersticial, mientras que el 45%
restante corresponde a la fracción ionizada, que influye sobre la excitabilidad
neuromuscular. Por tanto, es indispensable conocer la cifra plasmática de proteínas para
que tenga sentido un valor dado de calcio sérico. La relación entre calcio ionizado y no
ionizado también depende del pH; la acidosis aumenta la fracción ionizada, y ocurre lo
contrario con la alcalosis.
En general, las alteraciones del
metabolismo del calcio no suelen plantear problemas en caso de cirugía no complicada, con
la excepción de la pérdida de calcio que sufre el esqueleto si hay inmovilización
prolongada. Por lo tanto, en ausencia de indicaciones específicas, no se requiere
administrar en forma rutinaria calcio a los enfermos operados.
Hipocalcemia.- Los síntomas de
hipocalcemia (niveles séricos inferiores a 8mg/100ml) consisten en adormecimiento y
hormigueo alrededor de la boca y en la punta de los dedos de manos y pies. Los signos son
de origen neuromuscular e incluyen reflejos tendinosos hiperactivos, signo de chvostek
positivo, calambres musculares y cólicos, tetania, espasmo carpopedal, convulsiones (en
caso de déficit intenso) y alargamiento del intervalo QT del electrocardiograma.
Las causas más comunes de hipocalcemia
incluyen la pancreatitis aguda, infecciones masivas de tejidos blandos (aponeurosis
necrosante), insuficiencia renal aguda y crónica, fístulas pancreática y de intestino
delgado, e hipoparatiroidismo. Es frecuente una hipocalcemia transitoria en los pacientes
hiperparatiroideos después de la extirpación de un adenoma paratiroideo, pues las
glándulas restantes están atrofiadas. Puede presentarse hipocalcemia asintomática en
caso de hipoproteinemia (fracción ionizada normal), en tanto que cabe observar
sintomatología frente a una cifra sérica normal en caso de alcalosis intensa. En este
último caso, se trata de una disminución de la fracción ionizada o fisiológicamente
activa del calcio sérico total. En fin, los niveles de calcio pueden descender en caso de
grave deplección de magnesio.
El tratamiento intenta corregir la causa
subyacente, normalizando al mismo tiempo el déficit. Los síntomas agudos se pueden
aliviar por aplicación intravenosa de gluconato o cloruro de calcio. Se puede dar lactato
de calcio por la boca, con o sin un suplemento de vitamina D, cuando el paciente requiere
un tratamiento prolongado.
La aplicación habitual de calcio cuando se
transfunde un gran volumen de sangre sigue dando lugar a controversias, pues han sido
pocos los estudios en los cuales se midieron las cifras de iones calcio. La mayor parte de
las veces, se calcularon las concentraciones de ion calcio a partir de una cifra de calcio
total en suero. Por ahora, los datos disponibles parecen indicar que son muy pocos los
pacientes que requieren un suplemento de calcio cuando reciben transfusiones de sangre. La
fijación del calcio ionizado por el citrato suele ser compensada por movilización de
calcio procedente de las reservas del organismo. Sin embargo, en pacientes que llegan a
recibir hasta 500ml de sangre cada 5 a 10 minutos se recomienda administrar además
calcio. A juzgar por los trabajos de Moore, una dosis satisfactoria sería 0,2g de cloruro
de calcio (2ml de solución de cloruro de calcio al 10%) por vía intravenosa, mediante
una inyección separada por cada 500 ml de sangre que se apliquen. Para evitar una
hipercalcemia peligrosa, sólo se aplicará esta dosis de calcio mientras se esté
transfundiendo sangre en volúmenes considerables, como los antes señalados. Además, la
dosis total de calcio no debe pasar en general de 3g, salvo si existen datos objetivos de
hipocalcemia. Rara vez están indicadas cantidades mayores, pues se produce cierta
movilización de calcio y cierto desdoblamiento del citrato, liberándose ion calcio,
incluso en caso de choque con mala circulación periférica. Durante las transfusiones
masivas, es prudente tratar de vigilar la cifra de calcio. Se puede tener una idea
aproximada del nivel del ion calcio observando la duración del intervalo QT en el
electrocardiograma, aunque ya existen técnicas que permiten medir rápidamente la
concentración del ion.
Hipercalcemia.- Los síntomas de
hipercalcemia son bastante vagos, y se asientan en tubo digestivo, riñón, músculo
estriado y sistama nervioso central. Las primeras manifestaciones de hipercalcemia son la
fatiga, cansancio, debilidad variable, anorexia, náuseas, vómitos y pérdida de peso. Si
el calcio sérico sigue subiendo, el cansancio se transforma en sonambulismo, estupor, y
finalmente coma. Hay otros síntomas como cefalea intensa, dolor en espalda y miembros,
sed, polidipsia y poliuria. El nivel crítico de calcio sérico para la aparición de
estos problemas se sitúa entre 16 y 20 mg por 100 ml; si no se inicia pronto el
tratamiento, la sintomatologia puede evolucionar rápidamente y el paciente puede
sucumbir. Las dos causas principales de hipercalcemia son el hiperparatiroidismo y las
metástasis óseas de un cáncer sobre (sobre todo en pacientes con metástasis de cáncer
de mama, sometidas a terapéutica estrogénica).
El tratamiento de la hipercalcemia aguda
constituye una urgencia. Se deben tomar de inmediato medidas encaminadas a reducir la
cifra sérica de calcio, mientras se dan los pasos necesarios para un tratamiento más
definitivo. Tiene especial importancia la rápida replección del déficit acompañante de
volumen líquido extracelular, con lo cual se consigue un descenso inmediato de la
concentración de calcio, por simple dilución. Otras medidas se han utilizado, y pueden
brindar un alivio momentáneo, estas son el empleo de un agente quelante (EDTA),
esteroides, solución de sulfato de sodio, y hemodíalisis. Recientemente, se ha visto que
la mitromicina por vía intravenosa conseguía disminuir el calcio sérico en pacientes
normo e hipercalcémicos. El tratamiento definitivo de la crisis hipercalcemica aguda en
enfermos de hiperparatiroidismo es una intervención quirúrgica de urgencia.
En caso de metástasis cancerosas, el
tratamiento de la hipercalcemia estriba fundamentalmente en prevenirla. Se debe medir con
frecuencia el calcio en suero; si llega a subir, se administra al paciente una
alimentación pobre en calcio, y se toman medidas encaminadas a conseguir una buena
hidratación.
Anomalías del magnesio
La deficiencia de magnesio es rara; hasta
hace poco no se disponía de ninguna técnica rápida y exacta para medir la
concentración de ion magnesio; esto explica que esta situación haya sido poco estudiada
hasta la actualidad. En el adulto promedio, el magnesio total del organismo es del orden
de 2000 meq, de los cuales la mitad aproximadamente es encuentra en el hueso y es muy
difícil de intercambiar. La distribución del magnesio es similar a la del potasio, en su
mayor parte es un ion intracelular. La concentración plasmática de magnesio suele
encontrarse entre 1.5 y 2.5 meq por litro. La ingestión normal de magnesio con la
alimentación es de 20 meq (240mg) al día. En su mayor parte se elimina por las heces, y
el resto por la orina.
Hipomagnesemia.- Se sabe que hay
deficiencia de magnesio en caso de inanición, síndrome de malaabsorción, pérdidas
lentas y continuas de secreciones digestivas largos períodos de terapéutica parenteral
con líquidos que no contienen magnesio, e hiperalimentación parenteral cuando las
soluciones tampoco contienen cantidades suficientes de magnesio. Entre otras causas se
encuentran la pancreatitis aguda, acidosis diabética, aldosteronismo primario,
alcoholismo crónico y quemaduras en etapa tardía.
La falta de magnesio origina hiperactividad
neuromuscular y del sistema nervioso central. Los síntomas y signos se parecen mucho a
los de hipocalcemia, con reflejos tendinosos hiperactivos, temblores musculares, y tetania
con Chvostek positivo. Si el déficit es grave aparece delirio y convulsiones.
El diagnóstico depende de la sospecha
médica y la identificación de los síntomas. Siempre debe pensarse en hipomagnesemia en
pacientes operados que muestren alteraciones de la actividad neuromuscular o cerebral en
el posoperatorio. Esto es de considerar en pacientes con alteración funcional del tubo
digestivo y terapia a largo plazo con líquidos parenterales y/o alimentación parenteral.
En estos casos se indica sistemáticamente magnesio.
El tratamiento consiste en aplicación
parenteral de sulfato o cloruro de magnesio. Se pueden aplicar hasta 2 meq de magnesio por
Kg de peso. El sulfato de magnesio se presenta en solución al 50% que contiene
aproximadamente 4 meq por ml. En caso de déficit sintomático se colocan 20 ml de una
solución al 50% en un litro de solución intravenosa que se aplicará en un plazo de 4
horas. Hay que recordar que puede presentarse intoxicación aguda; si se dan altas dosis
hay que vigilar cuidadosamente la frecuencia cardiaca, presión arterial, respiración y
electrocardiograma, buscando signos de intoxicación por magnesio. Es aconsejable tener a
mano cloruro o gluconato de calcio en caso de efectos indeseables.
En caso de tratamiento para el paciente
asintomático y que está expuesto a una deplección importante de magnesio, se da por
vía IM de 10 a 20 meq de sulfato de magnesio al 50%. Los suplementos de magnesio que
requieren los pacientes sometidos a hiperalimentación parenteral son variables, pero en
general se administra entre 12 y 24 meq al día.
Hipermagnesemia.- Constituye una
cuadro muy raro, suele acompañar a la insuficiencia renal grave. Puede haber retención y
acumulación de magnesio en pacientes con alteración de la función glomerular o tubular
del riñón, y la presencia de acidosis agrava la situación. Henzel y col., hacen notar
que los antiácidos y laxantes que contienen magnesio, cuando se dan el cantidades altas
pueden llegar a producir niveles séricos tóxicos de magnesio cuando la función renal no
es buena. También existe hipermagnesemia en quemados en fase temprana, los traumatismos o
intervenciones quirúrgicas de gran magnitud, los déficit graves de volumen extracelular,
y la acidosis intensa.
Los síntomas primarios son letargo y
debilidad con pérdida progresiva de los reflejos tendinosos profundos. Si aumenta el
magnesio se altera la conducción cardiaca con alteraciones electrocardiográficas
similares a la hipercalcemia (alargamiento del QRS, elevación de la onda T).
Posteriormente aparece coma y parálisis muscular con muerte por paro cardiaco o paro
respiratorio.
El tratamiento consiste en combatir la
acidosis, corregir cualquier déficit previo de volumen extracelular y suspender la
aplicación exógena de magnesio. La sintomatologia puede mejorar por aplicación IV
de 5 a 10 meq de cloruro o gluconato de calcio, si esto no sucede hay que indicar una
diálisis peritoneal o una hemodiálisis.
Trastornos del Equilibrio Ácido-Básico
El pH (logaritmo negativo de la
concentración de iones hidrógeno) de los líquidos corporales se mantiene en condiciones
normales, dentro de límites estrechos, a pesar de la cantidad relativamente alta de
ácidos producidos en forma endógena como productos secundarios del metabolismo. Dichos
ácidos quedan neutralizados eficazmente por diversos sistemas amortiguadores, y luego son
excretados por los pulmones y los riñones. Entre los principales amortiguadores se
cuentan las proteínas y los fosfatos, que desempeñan un papel fundamental en el
mantenimiento del pH intracelular, así como el sistema bicarbonato-ácido carbónico,
cuya intervención corresponde al espacio extracelular. Las proteínas y la hemoglobina
influyen poco a nivel del espacio extracelular, pero en cambio, la hemoglobina es
fundamental como amortiguador intraeritrocitario.
Un sistema amortiguador comprende un ácido
o una base débil junto con una sal de este ácido o de esta base. El efecto amortiguador
es el resultado de la aparición de una cantidad de ácido o base débil equivalente a la
cantidad de base fuerte que se añada al sistema. El cambio de pH resultante es mucho
menor que si el ácido o la base fuerte se añadieran al agua pura. En el caso que nos
ocupa, los ácidos inorgánicos (como clorhídrico, sulfúrico, fosfórico) u orgánicos
(como láctico, pirúvico, cetoácidos) se combinan con el bicarbonato, con lo cual se
forma la sal sódica del caso y ácido carbónico:
( HCL + NaHCO3 ®Na + H2CO3
)
Luego, el ácido carbónico formado se
excreta por los pulmones bajo forma de CO2. Los aniones de ácidos inorgánicos son
excretados por los riñones, en unión de hidrógeno o bajo forma de sales de amonio. Los
aniones de ácidos orgánicos son generalmente metabolizados cuando se corrige el
trastorno causal inicial, aunque si alcanzan cifras muy altas parte de ellos se excretan
con la orina.
Las funciones de los sistemas
amortiguadores se expresan a través de la ecuación de Henderson- Hasselbach, que define
el pH en términos de la relación entre la sal y el ácido. El pH del líquido
extracelular depende fundamentalmente de la relación entre las cifras sanguíneas de
bicarbonato (principalmente de sodio) y ácido carbónico (que depende del contenido de
CO2 en el aire alveolar):
BHCO3 27 meq/l 20
( pH = pK + log = = = 7.4)
H2CO3 1.33 meq/l 1
PK representa la constante de disociación
del ácido carbónico en presencia de base bicarbonato, y la medición permite establecer
que tiene un valor de 6.1. Para un pH de 7.4 de los líquidos corporales, la relación
debe ser de 20 a 1, como aparece antes. Desde el punto de vista químico, se trata de un
sistema amortiguador ineficaz; pero la propiedad extraordinaria del CO2, que
consiste en comportarse como un ácido o en transformarse en gas neutro susceptible de ser
excretado por los pulmones, hace de este sistema un amortiguador biológico sumamente
útil.
Mientras se mantenga la relación de 20 a
1, cualesquiera que sean los valores absolutos, el pH seguirá siendo de 7.4. si se añade
un ácido al sistema, desciende la concentración de bicarbonato (numerador de la
ecuación de Henderson-Hasselbach). De inmediato, la ventilación aumenta, o que permite
eliminar una mayor cantidad de CO2, con lo cual desciende el ácido carbónico
(denominador de la ecuación), hasta volver a una relación de 20 a 1. Los riñones
consiguen una compensación más completa, pero más tardía, al aumentar su excreción de
sales ácidas y al retener bicarbonato. Si se añade un álcali al sistema, tienen lugar
los fenómenos opuestos. La acidosis y alcalosis respiratorias son consecuencias de
trastornos de la ventilación, que aumentan o disminuyen el denominador de la ecuación,
cambiando así la relación de 20 a 1. La compensación es fundamentalmente de tipo renal,
y cursa con retención de bicarbonato y mayor excreción de sales ácidas en caso de
acidosis respiratoria, y con lo contrario en la alcalosis respiratoria.
En el cuadro 10 se muestra las 4 variedades
de alteraciones acidobásicas. Basándose en el poder de combinación con CO2
(medición que incluye el bicarbonato, el ácido carbónico y el CO2 disuelto),
y conociendo el padecimiento del enfermo, se puede alcanzar un diagnóstico exacto en los
casos simples. Sin embargo, el recurso aislado al contenido de CO2 o al poder
de combinación con CO2 suelen ser insuficientes como indicio del equilibrio
acidobásico. Estas dos pruebas reflejan principalmente el nivel de bicarbonato
plasmático, pues el CO2 disuelto y el ácido carbónico sólo representan unos
cuantos milimoles de esta substancia en la mayoría de los casos. En la fase aguda, por lo
tanto, pueden existir acidosis o alcalosis respiratorias sin que cambie el contenido de CO2;
el diagnóstico obliga a medir el
pH y la presión de
CO2 de la sangre arterial recién extraída. Vemos pues que para un
conocimiento cabal del estado acidobásico de la mayor parte de pacientes, se requieren
mediciones de pH, concentración de bicarbonato y presión de CO2.
Por desgracia es frecuente encontrar
alteraciones más complejas del equilibrio acidobásico. Se observan combinaciones de
trastornos respiratorios y metabólicos, que pueden representar la compensación de una
alteración acidobásica inicial, o indicar la coexistencia de dos trastornos primarios, o
más (por ejemplo, una acidosis respiratoria primaria que se complica con una acidosis o
alcalosis metabólica primaria también).
|
Cuadro
10. Acidosis - Alcalosis |
De ordinario, las alteraciones
acidobásicas primarias se compensan inicialmente por cambios de ventilación pulmonar,
mientras que las alteraciones respiratorias son compensadas por ajustes renales. Por
ejemplo, la compensación inicial de una acidosis metabólica aguda consiste en elevar la
frecuencia y amplitud de la respiración, para que descienda la presión de CO2 arterial.
Astrup y colaboradores han señalado que el estado real del trastorno acidobásico puede
caracterizarse por el grado de compensación existente; se encuentran así acidosis o
alcalosis no compensada (los mecanismos de compensación precoz no intervinieron),
parcialmente compensada (el pH no se normalizó), compensada o incluso sobrecompensada.1
Como se ha indicado, el conocimiento del
pH, concentración de bicarbonato y presión de CO2 permiten un diagnóstico
exacto de la mayor parte de alteraciones acidobásicas. Sin embargo, la interpretación
clínica de estas mediciones plantea ciertos problemas. Aunque la presión de CO2 arterial
se considera una buena guía en caso de trastornos respiratorios, sus modificaciones
pueden representar la compensación de una alteración metabólica primaria. Por ejemplo,
un descenso de la pCO2 (a menos de 40 mm de Hg), característica de alcalosis
respiratoria, constituye también la respuesta compensadora normal a una acidosis
metabólica. Asimismo, la cifra de bicarbonato en plasma no se puede considerar
únicamente índice de trastorno metabólico. Una cifra alta de bicarbonato en plasma
puede corresponder a una alcalosis metabólica primaria, o a una respuesta destinada a
compensar una acidosis respiratoria crónica.
En el intento de separar los componentes
respiratorio y metabólico de las alteraciones acidobásicas, se utilizaron otros dos
enfoques: en 1948, Singer y Hastings Introdujeron la idea de base amortiguadora de
sangre completa; más tarde, Astrup y su grupo propusieron el empleo de los conceptos
presentados como patrón de bicarbonato y exceso de base. Se generalizó el método
preconizado por Astrup, aunque ambos intentan cuantificar el componente metabólico, o no
respiratorio, de la alteración acidobásica, para separarlo del componente respiratorio.
El patrón de bicarbonato se define como
concentración de bicarbonato en plasma, cuando la sangre completa que contiene
hemoglobina enteramente oxigenada se equilibra con CO2 para una pCO2
de 40 mm de Hg a una temperatura de 38°C. Se puede medir rápida y exactamente este
valor, utilizando la técnica de Astrup, que consiste en medir el pH para dos valores
conocidos de pCO2, leyendo luego directamente el patrón de bicarbonato en un
monograma. El valor promedio para el patrón de bicarbonato es 24.5 meq por litro de
plasma. Como índice de la concentración de bicarbonato en plasma, es probable que el
patrón de bicarbonato sea preferible tanto al contenido de CO2 como al poder
de combinación de CO2, pues estas dos últimas mediciones varían en función
de la pCO2 y la saturación de oxígeno en cada caso. Por desgracia, a
diferencia de la base amortiguadora en sangre completa, el patrón de bicarbonato no
indica el total del exceso de ácido o base, pues el sistema bicarbonato-ácido carbónico
no explica la totalidad de la capacidad de amortiguación de la sangre. Para obtener esta
información, se puede expresar el contenido de base de la sangre como exceso de base o
déficit de base. El exceso(o el déficit) de base expresa directamente los
miliequivalentes de base fija (o de ácido fijo) que se añadieron a cada litro de sangre.
Se obtiene este valor multiplicando por un factor 1.2 la desviación que presenta el
patrón de bicarbonato respecto al promedio normal. Este factor brinda una corrección
para la capacidad amortiguadora de los globulos rojos, que varía ligeramente con los
cambios de concentración de hemoglobina. Para recurrir a cálculos, es preferible leer
directamente el exceso de base en un monograma. Si se utiliza exclusivamente el término
de exceso de base, los valores positivos representan el exceso de base, mientras que los
valores negativos corresponden al déficit de base (o al exceso de ácido). Se puede
calcular el déficit o el exceso de base en el compartimiento extracelular, multiplicando
el valor negativo o positivo propio del exceso de base (en meq/l de sangre) por el peso
corporal (en Kg) y por 0.3 (Mallengaard y Astrup).
Cualquiera que sea el método empleado, un
buen análisis de los trastornos acidobásicos complejos exige conocer bien el estado
clínico, ejercer un juicio sensato, y comprender cabalmente la fisiología acidobásica.
Acidosis respiratoria.- El trastorno
se acompaña de retención de CO2, por disminución de la ventilación
alveolar. Inicialmente, la pCO2 sube(generalmente sobrepasando los 50 mm de
Hg), pero permanece normal la concentración de bicarbonato en plasma (medida como poder
de combinación con el CO2, contenido de CO2, o patrón de
bicarbonato). En la variedad crónica, la pCO2 permanece alta, y la
concentración de bicarbonato sube cuando hay compensación.
Este problema puede resultar especialmente
serio en un paciente con enfermedad pulmonar crónica, cuya acidosis respiratoria previa
puede agravarse en el periodo posoperatorio. Pueden existir, aisladamente o en
combinación, una serie de trastornos que alteran la ventilación y desembocan en acidosis
respiratoria: obstrucción de vías aéreas, atelectasia, neumonía, derrame pleural,
hipoventilación por dolor a nivel de incisiones en abdomen alto, o distensión abdominal
que limita los movimientos del diafragma. Aunque la agitación, la hipertensión y la
taquicardia en el periodo posoperatorio inmediato pueden obedecer al dolor, los mismos
signos pueden indicar falta de ventilación con hipercapnia. En estas condiciones, los
narcóticos empeoran las cosas, pues deprimen todavía más la respiración.
El manejo de estos casos obliga a corregir
de inmediato la alteración pulmonar, siempre que se pueda, tomando además medidas
encaminadas a mejorar la ventilación. A veces, se requiere para ello intubación traqueal
con ventilación mecánica. Una medida preventiva importante en todos los pacientes, pero
sobre todo en los que sufren una enfermedad respiratoria crónica, es una cuidadosa
vigilancia de la higiene traqueobronquial. Se debe enseñar al paciente a respirar
profundamente y a toser; se emplea aire humedecido para evitar que se desequen las
secreciones; finalmente, debe cuidarse de no administrar un exceso de sedantes.
Alcalosis respiratoria.- La
alcalosis respiratoria es un problema más frecuente en pacientes operados de lo que
solía pensarse. Se debe generalmente a hiperventilación por temor, dolor, hipoxia,
lesión del sistema nervioso central, y ventilación mecánica. En cualquiera de estas
condiciones, puede disminuir rápidamente la pCO2 arterial, subiendo el pH. La
concentración plasmática de bicarbonato es normal en la etapa aguda, pero si el
trastorno persiste, se compensa a través de una disminución del bicarbonato.
Es frecuente observar una leve alcalosis
respiratoria secundaria a hiperventilación durante las intervenciones quirúrgicas.
Generalmente, no tiene gravedad y no requiere ningún tratamiento. Una excepción a esta
regla es el caso del paciente con limitaciones de la circulación cerebral a consecuencia
de arteriopatía obstructiva (o el enfermo en el cual se efectúa una endarterectomía
carotídea); en estas condiciones, una hipocapnia relativamente leve, acompañada de
vasoconstricción cerebral, puede desembocar en un daño irreparable.
La mayor parte de los pacientes que
requieren apoyo de la ventilación en el periodo posoperatorio llegan a presentar grados
variables de alcalosis respiratoria. Quizá la situación no se advierta cuando se utiliza
mal el aparato de ventilación mecánica; también puede presentarse durante las maniobras
encaminadas a elevar la pCO2 en un paciente hipóxico. El manejo adecuado de un
paciente sometido a ventilación mecánica requiere medir con frecuencia los gases
sanguíneos, para corregir el esquema de ventilación en caso necesario. La pCO2
arterial no debe descender por debajo de 30 mm de Hg, pues serían de temer complicaciones
serias, en particular la aparición de hipocalcemia o alcalosis metabólica. En general,
se logra mantener la pCO2 en un nivel aceptable mediante ajustes de la
frecuencia y del volumen ventilatorios. El aumento del espacio muerto pulmonar
probablemente no consigue beneficios, mientras que la adición al aire inspirado de 5% de
CO2 puede acarrear peligros, y es mal tolerado en la mayor parte de los casos.
Los peligros que acompañan a la alcalosis
respiratoria intensa son los que corresponden a la deplección de potasio, e incluyen la
aparición de arritmias ventriculares, hasta fibrilación incluso, sobre todo en pacientes
digitalizados, o que ya sufrían hipopotasemia previa. Entre otras complicaciones se
cuentan una desviación a la izquierda de la curva de disociación de la hemoglobina, lo
que limita la capacidad de esta molécula para liberar oxígeno a nivel tisular, salvo
para pO2 intracelulares muy bajas, así como el desarrollo de tetania y
convulsiones si la cifra de calcio ionizado se encuentra muy baja. La aparición de
hipocalcemia puede ser muy brusca, y se debe a la entrada de iones potasio a las células,
a cambio de hidrógeno, con una pérdida urinaria excesiva de potasio, a cambio de sodio.
La alcalosis respiratoria grave y duradera es generalmente difícil de corregir y puede
incluso implicar un mal pronóstico, relacionado con la causa subyacente de la
hiperventilación. El tratamiento se enfoca primariamente a prevenir el trastorno,
mediante el uso adecuado de aparatos mecánicos de ventilación, buscando corregir
cualquier déficit previo de potasio.
Acidosis metabólica.- La acidosis
metabólica se debe a la retención o a la aparición de ácidos fijos (acidosis
diabética, acidosis láctica, azoemia) o a una pérdida de bicarbonato (diarrea, fístula
de intestino delgado, insuficiencia renal, incapacidad para resorber el bicarbonato). El
exceso de iones hidrógeno tiene como resultado descenso del pH y también de la
concentración plasmática de bicarbonato. La compensación inicial es de naturaleza
pulmonar, aumentando la frecuencia y la amplitud de la respiración, y descendiendo la pCO2
arterial.
Una eventual lesión renal puede impedir la
intervención importantísima de los riñones en la regulación del equilibrio
acidobásico. Los riñones cumplen una función vital al respecto, cuando excretan los
productos de desecho nitrogenados y los metabolitos ácidos a la par que resorben
bicarbonato. Si hay daño renal, perdiéndose estas funciones, aparece pronto acidosis
metabólica, que puede ser difícil de vencer.
Cuando los riñones son normales, es
posible que aparezca acidosis metabólica si la capacidad de estos órganos en el manejo
de cloruro se ve sobrepasada. Así ocurre en particular en los pacientes con pérdidas
excesivas de secreciones digestivas (biliares, pancreáticas y de intestino delgado), que
se sostienen con líquidos parenterales durante largos periodos. La sustitución continua
de las pérdidas por líquidos en los cuales la relación cloruro-bicarbonato es
inadecuada, por ejemplo la solución isotónica de cloruro de sodio, no consigue corregir
la alteración de pH; está indicado el empleo de una solución salina equilibrada, por
ejemplo el Ringer con lactato.
Una de las causas más comunes de acidosis
metabólica grave en los pacientes quirúrgicos es la insuficiencia circulatoria aguda con
acumulación de ácido láctico. Esta situación refleja una hipoxia tisular por falta de
riego, aunque sólo sea una de las manifestaciones de la disfunción celular. El choque
hemorrágico agudo puede desembocar en una caída rápida y muy intensa del pH, y los
intentos encaminados a elevar la presión arterial con vasoconstrictores no harán sino
agravar la situación. Asimismo, si se intenta corregir la acidosis inyectando una gran
cantidad de bicarbonato de sodio, sin haber normalizado el riego, se fracasará de seguro.
Una vez conseguida una buena perfusión tisular, merced a una substitución de volumen
satisfactoria, el ácido láctico se metabolizará rápidamente, normalizándose el pH. El
empleo de solución de Ringer con lactato, para substituir el déficit de líquido
extracelular ocasionado por el choque hemorrágico, unido a la administración de sangre
completa, no agrava la acidosis láctica; por el contrario, desciende de inmediato la
cifra de lactato, normalizandose el pH, cosa que contrasta notablemente con los resultados
observados cuando se utiliza solamente sangre.
Es inconveniente el empleo indiscriminado
de bicarbonato de sodio durante la reanimación de los pacientes en choque hipovolémico,
por varias razones. Es común encontrar una leve acidosis metabólica después de la
reanimación, en parte por los efectos alcalinizantes de la transfusión de sangre, y por
la administración de solución de Ringer con lactato. Después de la transfusión (con
normalización parcial del riego hepático), se metabolizan el citrato que contiene la
sangre aplicada, y el lactato de la solución de Ringer, formándose bicarbonato. La
acidosis por ácidos orgánicos (ácido láctico), creada durante la etapa de choque,
desaparece pronto después de normalizada la circulación tisular. Cesa la producción de
ácido láctico, la carga de iones hidrógeno es amortiguada y se excreta por los pulmones
como CO2, mientras que el lactato, que es un anión orgánico, es metabolizado
en el hígado. Si se administra simultáneamente un exceso de bicarbonato de sodio, cebe
temer incluso una grave alcalosis metabólica.
Puede ser muy inconveniente en esta
situación un pH alcalino, sobre todo en pacientes hipóxicos, o con gasto cardiaco bajo
invariable, en vista de que la curva de disociación de la hemoglobina se desplaza hacia
la izquierda. Entre otros factores que también tienden a desplazar dicha curva hacia la
izquierda, en esta situación, cabe citar el descenso de la cifra de 2,3-difosfoglicerato
en los eritrocitos de la sangre de la transfusión, así como la aparición de hipotermia.
Si la curva se desvía mucho hacia la
izquierda, son de temer grandes dificultades con el suministro de oxígeno a nivel
celular.
Vemos pues que el tratamiento de la
acidosis metabólica se encamina a corregir el trastorno subyacente, cada vez que sea
posible. La terapéutica con bicarbonato se puede reservar al tratamiento de la acidosis
metabólica grave, en particular después de un paro cardiaco, cuando es indispensable una
corrección parcial del pH para recuperar la función del miocardio. Sin embargo, algunos
estudios recientes indican que la acidosis que acompaña el paro cardiaco queda bien
compensada, por un periodo bastante largo, si el paciente sigue bien ventilado, y no
presentaba acidosis previa.
Además, la aplicación de las dosis
habituales de bicarbonato puede desembocar en hipernatremia aguda grave con
hiperosmolaridad. De ahí que se deba usar con mucha cautela el bicarbonato en caso de
paro cardiaco. La recomendación de Mattar y colaboradores es que la dosis inicial no pase
de 50 ml de una solución al 7.5% (45 meq de NaCO3, que corresponden a 90
mOsm); para dosis adicionales, la decisión dependerá de las medidas de pH y pCO2,
siempre que sea posible. Asimismo, puede estar indicada la corrección del pH en casos
más crónicos de acidosis metabólica, pero debe efectuarse con lentitud. La mejor
actitud para regular la terapéutica consiste en medir frecuentemente los electrólitos
del suero y el pH de la sangre, pues todavía no existe ninguna fórmula satisfactoria
para conocer la cantidad de álcali que se necesita.
Alcalosis metabólica.- La alcalosis
metabólica se debe a la pérdida de ácidos fijos, o al aumento de bicarbonato; se agrava
en caso de deplección previa de potasio. Suben tanto el pH como la concentración de
bicarbonato en plasma. La compensación de la alcalosis metabólica se debe primariamente
a intervención del riñón, pues la compensación respiratoria suele ser pequeña, y en
la mayor parte de los pacientes pasa inadvertida. En raras ocasiones, la hipercapnia puede
representar una respuesta compensatoria de la alcalosis metabólica en los pacientes que
no presentan enfermedad respiratoria crónica. Si se sospecha que esta es la situación,
convendrá evitar cualquier disminución rápida de la pCO2, obtenida por
ventilación mecánica. Más bien conviene esperar a que la pCO2 descienda
conforme se vaya corrigiendo la alcalosis metabólica.
La mayor parte de los enfermos con
alcalosis metabólica sufren algún grado de hipopotasemia. La deplección de potasio
celular tiene como resultado la entrada a las células de iones hidrógeno y sodio, con lo
cual desciende el pH intracelular, a la vez que se instala alcalosis extracelular. Luego,
la alcalosis metabólica tiene como resultado una gran pérdida urinaria de potasio, que
se intercambia por sodio, lo que acentúa la alcalosis. La alcalosis metabólica plantea
los mismos peligros que la respiratoria.
Un problema interesante, que no es raro en
el paciente quirúrgico, es la alcalosis metabólica hipopotasémica hipoclorémica
en casos de vómitos rebeldes o aspiración de contenido gástrico en pacientes con
obstrucción pilórica. A diferencia de los vómitos que se producen cuando el píloro es
permeable (en cuyo caso se pierden simultáneamente secreciones gástricas, pancreáticas,
biliares e intestinales), el cuadro que estamos mencionando desemboca en la pérdida de un
líquido rico en iones cloruro e hidrógeno, y relativamente pobre en sodio. Esta pérdida
de cloruro significa una mayor pérdida de sodio y bicarbonato con la orina, lo que
compensa parcialmente la alcalosis. Además, la alcalosis en si aumenta la excreción
renal de potasio. Al ir agravándose el déficit de volumen, se excretan con la orina
cantidades crecientes de iones potasio e hidrógeno, en un intento para conservar sodio;
el resultado es una alcalosis descompensada con hipopotasemia. La orina, que era alcalina
en un principio, se acidifica al cabo de un tiempo, por la gran excreción de iones
hidrógeno ("aciduria paradójica"). Frente a esta situación, se debe
substituir el déficit de volumen extracelular con solución isotónica de cloruro de
sodio, además de reemplazar el potasio. Siempre hay deplección intensa de potasio, pero
puede pasar inadvertida, debido a la concentración del potasio sérico causada por el
déficit de volumen. Debe iniciarse la restitución del volumen perdido, hasta obtener un
volumen urinario satisfactorio, antes de empezar a dar potasio.
En raras ocasiones, una alcalosis
metabólica hipopotasémica grave, en un paciente con obstrucción pilórica, puede ser
rebelde al tratamiento habitual. Esta situación se presenta sobre todo en pacientes que
también sufren una grave hipocloremia, a consecuencia del drenaje de varios litros de
jugo gástrico cada día. En el pasado, el método habitual para aumentar el nivel de
ácidos no volátiles era la administración de cloruro de amonio o de clorhidrato de
arginina. Si embargo, la primera de estas substancias puede inducir intoxicación por
amoniaco, mientras que la segunda ya no existe en el comercio. Recientemente, se vio que
el ácido clorhídrico 0.1 a 0.2 N constituía un tratamiento seguro y eficaz para
corregir las alcalosis metabólicas graves rebeldes. La técnica de aplicación del ácido
clorhídrico, descrita por Abouna y colaboradores, requiere preparar una solución
isotónica por adición de 150 ml de ácido clorhídrico uno normal (300 meq de hidrógeno
y de cloruro) a un litro de agua estéril. El ácido clorhídrico también se puede
añadir a un litro de solución salina isotónica, o de solución de glucosa al 5% si se
prefiere. La infusión debe efectuarse en un periodo de 6 a 24 horas, midiendo el pH, la
pCO2 y los electrólitos en suero cada cuatro a seis horas. En general, bastan
uno o dos litros en solución en 24 horas, aunque no se debe vacilar en aplicar más
ácido clorhídrico cuando así parece necesario a la luz de datos clínicos y de
laboratorio apropiados. Suele conseguirse el control momentáneo de la alcalosis con este
método, pero no hay que olvidar que cuanto antes deberá corregirse la causa subyacente.
Se puede calcular aproximadamente la dosis
inicial de solución de ácido clorhídrico a partir del déficit calculado también, de
iones cloruro o hidrógeno. El déficit de cloruro se calcula en base a la concentración
del mismo en el plasma, y en base al espacio de cloruro (del orden de 20% del peso
corporal). El déficit de iones hidrógeno se calcula a partir del exceso de base en
plasma y del espacio de iones hidrógeno (vecino de 60% del peso corporal total).
Por ejemplo, para un paciente de 70 Kg con
alcalosis metabólica, cuyos cloruros plasmáticos sean de 80 meq/l, la dosis inicial de
ácido clorhídrico se calcula de la siguiente manera:
Déficit de cloruro = (20% del peso
corporal) x (cloruros plasmáticos normales
- cloruros plasmáticos medidos)
= ( 0.2 x 70 Kg ) x ( 103 meq/l -
80 meq/l )
= 322 meq
Esta cantidad de cloruros (bajo forma de
ácido clorhídrico) corresponde aproximadamente a dos litros de la solución antes
mencionada. Debe insistirse en que, aunque estos cálculos son muy útiles, es
indispensable vigilar estrechamente el pH y los electrólitos del suero.
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