En la región interandina ecuatoriana es
costumbre denominar a la persona anciana como “mayorcito” o
simplemente “mayor”, encerrando el término respeto, cariño, y hasta
veneración. Por su parte, el Diccionario de la Real Academia indica
que maltratar significa “tratar mal a uno de palabra u obra.
Menoscabar, echar a perder”.
Hoy que vivimos la ERA DEL NIÑO, el que ha
adquirido derechos que lo han convertido en todopoderoso de la
comunidad, hemos visto nuevas definiciones de maltrato, que han
configurado la descripción de modernas formas, así como de sus causas
orígenes, y han dado lugar, naturalmente, a campañas, reglamentos,
leyes, sanciones, etc. Bien vale pues, que también en ese sentido,
examinemos la situación del que envejece.
Una de las maneras típicas y tradicionales
de maltrato es el abandono y aislamiento en hospicio, al igual que el
auspicio para la proliferación de esta estructura asistencial.
Actitud que exterioriza la expulsión del veterano del núcleo familiar
y social. Es una suerte de desdén por el individuo que aún posee
capacidades residuales. En esa misma línea comportamental colectiva y
despreciativa está la jubilación y su pensión, equivalentes a decir en
síntesis, que el viejo ya no tiene poder creativo, ni valor
productivo, peor un rol importante en el desarrollo del país. Por eso,
el estado “vela” por él, dotándolo de un emolumento para su sustento,
sin que entorpezca la evolución de las actividades de los jóvenes y
adultos.
El estilo publicitario es ofensivo para
la “edad distinta” porque difunde, por un lado, estereotipos de
perfección física, de poder y de fuerza, como únicos elementos válidos
dentro de la colectividad, y por otro lado, inventa para esos ídolos,
una serie de productos que van desde el lápiz labial “ultralight”
hasta las mini prendas interiores, instituyendo, además, estructuras
de las que no podrá disfrutar ampliamente el añoso, como gimnasios
súper aeróbicos, o discotecas extra sicodélicas .
Lógicamente, no queremos creer que hayan
familiares o empleados de servicio que, por falta de paciencia,
lleguen a castigar corporalmente a un anciano; pero sí existen, en
cambio, acciones refinadas, muy sutiles, que casi van a dar a lo
mismo, como el descuido en la alimentación, -en cuanto a nutrientes,
cantidad, etc-, so pretexto de inapetencia, o el descontrol en la
administración de determinados fármacos, igual que la intencional
poca atención que se pone en el aseo personal y del entorno.
Últimamente, y desde los altos mandos
provinciales, municipales y nacionales, se cometen barbaridades
jurídicas que atropellan de alguna manera la dignidad de los
ultrasexagenarios, por ejemplo, ordenanzas locales que regulan la
misma Ley Especial del Anciano, y otro tipo de regulaciones que
establecen prohibiciones para toda la población sin contemplar la
presencia de un sector vulnerable como son ellos y que dan cabida a
que funcionarios intermedios, por hacerlas cumplir vejen a estos
conciudadanos (el impedir marchas por ciertas áreas de la urbe
destinadas a turismo).
Y así podríamos continuar con el elenco
y el detalle de todo cuanto representa menoscabar el decoro de quien
envejece, y aunque no es precisamente la “época de oro” de aquel grupo
poblacional en mención, creemos oportuno referir su opinión puesta ya
en evidencia a través de la pluma de Esther Vilar: “ ¿Creéis que no
nos damos cuenta de lo que estáis haciendo con nosotros? ¿Por tan
inocentes nos tenéis? ¿Realmente nos tenéis por tan imbéciles,
incompetentes, sumisos, inermes, cobardes, agradecidos y resignados
como quisierais que fuésemos?”.